Al gobierno español no le llegan los dedos de los pies y de las manos para tapar las vías de agua. Una de las más pequeñas que parece haber cubierto es la que provocan los acaparadores compulsivos. En el trolebús de las últimas medidas a la desesperada se cuenta permitir a los comercios que, en circunstancias excepcionales, limiten el número de unidades de un determinado producto que los clientes pueden adquirir en una misma compra. Si se paran a pensarlo, es de una lógica apabullante y, en caso de que algo resultara sorprendente, sería el hecho de que tal cuestión de cajón de madera de pino no estuviera legislada hasta la fecha. Por lo visto, ni las lisérgicas escenas de carros hasta las cartolas de papel higiénico, cervezas o natillas de bote que vimos en los primeros meses de la pandemia habían puesto sobre la pista a las autoridades.
Así las cosas, cuando la invasión de Ucrania hizo volver a las andadas a los arrampladores de estantes, tuvieron que ser las propias cadenas de distribución las que intentasen pararles los pies restringiendo las ventas de las mercancías que eran objeto de codicia desmedida. No se me va a olvidar que las primeras que saltaron contra esta decisión fueron las autoproclamadas organizaciones de defensa de los derechos de los consumidores. Según las beatíficas instituciones, el acopio de los egoístas que dejan a dos velas a sus congéneres y hace que se multipliquen los precios es un derecho inalienable, toquémonos las narices. Pero bien está lo que bien acaba, y esta vez procede aplaudir al gobierno que ha tenido que regular por ley uno de los principios más básicos de la solidaridad.
Legislar contra el egoismo? eso no funcionara.
El acaparador es un delincuente social que puede ir a 34 supermecados para saciar su sed insolidaria.
Las escenas de los carros hasta arriba con montañas del mismo producto nos vuelve a retratar como sociedad. No sólo egoísta e insolidaria (eso sí; lacitos y banderitas de todos los colores y mensajitos tipo bambi y frases de Paulo Coelho abarrotan los perfiles de rrss del personal caso más que los bricks de leche sus carros) sino como muy blandita.
Yo no he visto desabastecimiento de ningún tipo. A lo sumo algunas calvitas de algunas baldas de hipermercados. Que eso lleve al personal a activar el modo histeria cuando el aspecto de nuestros mercados y tiendas sigue siendo el de la opulencia de la parte del mundo que habitamos, hace pensar que el día que nos toque algo gordo, pero gordo de verdad, más vale un suicidio colectivo, porque no vamos aguantar ni medio asalto antes de acuchillarnos unos a otros por una lata de mejillones.
Hoy, con la anunciada rebaja de los 20 céntimos dichosos (que habrá que ver…porque ya se está aprovechando para subirlos por otro lado, esos 20 ctos o más; que el que no corre vuela) hay larguísimas colas en las gasolineras.
Vamos, como si una mayoría de gente tuviera que elegir entre echar gasolina o comer y en esos 20€ o 30€ de más en el llenado de depósito nos fuera el sustento del clan.
Que no digo yo que sea poca cosa, pero llegando el fin de semana, no deja de contrastar con el hecho de que ya a estas horas del viernes seguramente sea imposible reservar una mesa en ningún local hostelero para todo el fin de semana: «ya lo siento, lo tenemos ya todo lleno» o con el hecho de que en cuanto sale el nuevo modelo de Iphone chupi guay (de unos 1000 pavos) esté agotado a las 24 horas y haya listas de espera de meses, el nuevo video juego x…etc, etc.
No quisiera salirme del tema. De verdad creo que lo que voy a decir ahora está relacionado en cuanto que refleja una forma de ser de esta sociedad.
Me llega que una conocidísima cadena de tiendas de moda está tratando de «negociar» con los sindicatos y empleado/as que no se se abone el 100% del salario en los periodos de baja sino un 70% u 80% (no recuerdo el porcentaje) y a cambio ofrecen un bonus o una subida de salario general.
La razón es que el volumen constante de bajas es ya inasumible. Tiendas con plantillas de 15 personas en las que hay casi permanentemente 7 u 8 personas de baja. Bajas larguísimas, de meses. Se reincorporan, trabajan dos o tres semanas y de nuevo de baja por otra causa. En muchos casos incluyendo cálculos muy exhaustivos sobre estos periodos, para apurar los plazos, para empalmar con las vacaciones, etc. Gente que luego te encuentras de terraceo, en un un concierto, etc, etc.
Claro…no hay manera de llegar a un acuerdo. No se acepta.
Esto es insostenible.
Poner coto a los acaparadores es tan imposible como «poner puertas al campo». Y es que su actitud tiene «pilares muy firmes»: el egoísmo; el sálvese quien pueda; primeto YO y luego también YO, e incluso aquello de que: el que venga detrás que arree. Lo hemos visto y lo vemos constantemente, pero con más claridad e intensidad cuando llegan momentos o situaciones que ayudan a desatar y a aflorar estos instintos egoístas e insolidarios.
Y es lo que hay, y con lo que hay que convivir.
¿Pesimista? No creo. Más bien REALISTA.
Y para terminar un sólo deseo: que todo eso que han acaparado, se les pudra en el armario.
No es cuestión de ponerle puertas al campo ni legislar. Somos así como especie. No tenemos remedio. Así nos diseñaron.