Tenemos tantos frentes abiertos, que ayer se nos fue casi de puntillas el día internacional contra el acoso escolar. Siento decir que tampoco nos perdimos nada más allá de proclamillas de aluvión y rasgados de vestiduras de acuerdo a coreografías repetidas hasta la saciedad. Como nos ocurre con tantas injusticias intolerables, en el caso de los matones alevines que siembran el terror en los centros escolares, se nos va la fuerza por la boca. Somos la releche a la hora de denunciarlo con lemas resultones o con vídeos chachiguais como ese del Atlético de Madrid que, en realidad, debería darnos vergüenza porque nos presenta a un machito fortachón saliendo al rescate de la atribulada y atolondrada víctima.
Luego, nos medimos con los hechos contantes y sonantes, y nos encontramos con que en las aulas, los pasillos, el patio y/o el camino a la ikastola o el colegio hay chavalas y chavales que son sometidos a humillaciones físicas y sicológicas sin cuento por sus iguales. O algo más terrible todavía, pero desgraciadamente revelador: no pocas de esas criaturas hostigadas buscan a su alrededor congéneres más débiles y les hacen objeto de las mismas tropelías que sufren. Es un bucle infinito perverso que, por lo visto, no hay modo de cortar, por más protocolos requetemolones que importemos de los mitificados países nórdicos, allá donde el acoso no solo no se ha erradicado sino que se ha ido perfeccionando hasta la barbarie indecible. Supongo, claro, que ante un problema sin solución (o al que hay que tener coraje para buscársela) es más fácil hacer como que se hace y, en lo práctico, mirar hacia otro lado.
Una mujer de mi familia sufrió acoso escolar por empollona en una reconocidisima ikastola bilbaína. 25 años después aún arrastra secuelas como ataques de pánico o de ansiedad. Las compañeras acosadoras nunca han sido conscientes de su maldad y el centro se hizo el loco. La familia siempre ha estado ahí, apoyando.
Banalizarlo es un error grave porque las consecuencias son muy duras. El castigo también debería serlo.
Son tantos los «días de…», que es casi impodible prestarles la etencion que merecen sus respectivos objetivos.
Creo que el tema del acoso escolar merece un esfuerzo, para que no pase desapercibido. Creo que es un problema de educación en toda su extensión y que coresponde al conjunto de la Sociedad. Y es que no sólo educa el Colegio, la Ikastola, sino toda la Sociedad. La principal función del colegio, de la ikastola, es impartir conocimientos, pero la misión de la educación comienza en la familia y se extiende a toda la Sociedad.
Por eso, la llamada «Comunidad Educativa», no solo es cosa de profesores y como mucho de alumnos, lo que sería válido en el ámbito de los Centros de Enseñanza. Es necesario contar con «Comunidades Educativas» a nivel de barrio y/o de pueblo, en las que participen los Educadores, los Jóvenes, los Padres, las Instituciones, las Entidades Sociales, Representantes del Comercio y con especial interé el gremio de la hostelería, e incluso la Policía Municipal. Tal vez resulte raro todo esto, pero es que educar, lo que se dice educar, es misión y obligación del conjunto de la Sociedad.