“Hemos matado a vuestros hijos”, se jactaba Daesh tras la masacre de Manchester. Y lo peor es que lo hacen porque pueden. Tanto lo uno como lo otro. Primero matarlos, y después presumir de haberlo hecho. O anunciar chulescamente que no va a ser la última vez, y que nosotros, despreciables infieles, sepamos sin lugar a dudas que es rigurosamente cierto.
No, no es porque sea imposible garantizar la seguridad al cien por cien. Ni por la eficacia manifiestamente mejorable de ciertas investigaciones. Ni por el inmenso despiste entreverado de hipocresía de las autoridades del trozo del mundo llamado a ser fumigado. Todo eso influye, por supuesto, pero la verdadera razón de la barra libre para asesinar en nombre del islam, y ahí nos duele, está en la holgazanería moral de quienes uno esperaría encontrar enfrente y no al lado de los criminales.
Al lado. Eso he escrito. Y cada vez de un modo menos sutil. Ya no disimulan con algo parecido a una condena. Tampoco gastan un minuto en un mensaje de solidaridad. Pasan directamente a la justificación. El trío de las Azores, la pobreza, la intolerancia de los de piel pálida —¡hay que joderse!—, la industria armamentística, el operativo en que se cargaron a Bin Laden… Cualquier explicación es buena salvo atribuir las carnicerías a la maldad infinita y entrenada de sus autores. Del totalitarismo que anida en sus creencias, ni hablamos.
Celebro la mala hostia que estas líneas estará provocando a quienes se están dando por aludidos. Yo también he dejado los matices. Por eso los señalo sin rubor como los colaboradores imprescindibles de los que matan a nuestros hijos.
A ver: hay que tener en cuenta que, de facto, hay una guerra contra Daesh.
Y que vamos a perderla:
El yihadista no sólo no teme a la muerte: la considera un premio.
Están inflitrados en la sociedad europea.
Hay europeos que justifican los atentados islamistas.
Tras cada atentado, lo que más preocupa a los medios de comunicación y a los políticos europeos es que no haya «reacciones racistas». Encima, nos sentimos culpables por no haber «integrado»» a los asesinos.
La sociedad europea está anestesiada, idiotizada y culpabilizada por la multiculturalidad de las narices, ese terrible invento neoliberal.
Pero que la guerra esté perdida no significa que haya que dejar de luchar; que no es, ni más ni menos, no dejar de vivir.
Si el código captcha de los gemelos tiene a bien, aplaudo sin rubor todas tus palabras.
Sé que lo que voy a decir va a sonar incorrectísimo pero estando de acuerdo, con matices, en que ésto es una guerra… Para nada creo que la estemos perdiendo. Ni que la vayamos a perder. Suena mal… Pero… Firmo que todas las guerras que vayamos a sufrir en Europa sean como ésta. En Europa saben lo que son las guerras: millones de muertos.
Los atentados… Son trágicos… Destrozan vidas y familias… Pero… Repercusión mediática y viral aparte.. Son meros rasguños. Nos hacen vivir momentos de psicosis colectiva… Pero… Un sólo bombardeo de la aviación nazi, y hubo cientos, en una ciudad inglesa causó más daño que todos los atentados yihadistas juntos y los ingleses aguantaron y ganaron. Somos hoy más blanditos y miedosos pero esta gentuza no va a vencer en Europa. Es más la repercusión que la capacidad real de hacer daño aunque al que le toca…
Reconforta leer tus líneas, Javier. Otro tanto digo de lo escrito por Karakorum. Ya es hora de dejarse de estupideces y buenismo neojipi. El daesh quiere aniquilar a los «infieles» y una parte demasiado amplia del islam lo comprende aunque, quizá, no lo apoye. Y los listillos progres que justifican el islamismo radical por no sé qué pecado original de Occidente, que tengan claro que los ateos militantes (ellos suelen serlo) van los primeros de la lista de infieles a sacrificar (no sólo no son menos odiados por no ser cristianos, sino que los desprecian aún más). O espabilamos o nuestras hijas llevarán burka, punto final.