Con el escrutinio del 21-D aún caliente, me preguntaba y les preguntaba a ustedes si el resultado implicaba que todo seguía igual. A primera vista, mirado en bloques, el marcador es prácticamente idéntico al de las elecciones de septiembre de 2015. Cabía cuestionarse si tras el frenesí de los últimos dos años, y más particularmente, de los últimos cuatro meses explosivos, la montaña había parido un ratón. ¿Para ese viaje hacían falta semejantes alforjas?
Puesto que ha ocurrido, habrá que concluir que sí. Todo proceso histórico es consecuencia del periodo anterior y, al tiempo, causa del siguiente. Incluso lo que aparentemente se repite no lo hace igual que la vez anterior. Si nos ponemos filosóficos, diremos con Heráclito que nunca nos bañamos dos veces en el mismo río. Y si derrotamos hacia lo poético, sentenciaremos con Neruda que nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
Aplicando la enseñanza, el procés no ha muerto, como se apresuraron a pregonar los apóstoles del españolismo. Simplemente, continúa, pero de otra manera. ¿Dando uno o varios pasos atrás? Puede ser. Parece obvio, y así empezamos a escucharlo en el costado independentista, que procede un repliegue táctico. Si antes de los encarcelamientos, los exilios y, en general, la persecución judicial, quedó claro que no estaban listas las estructuras mínimas para empezar a caminar por libre en un concierto internacional trucado, sería suicida pensar que ahora está la senda abierta. Se entra en una nueva fase donde habrá que poner en práctica lo aprendido, haciendo de la necesidad virtud, equilibrando lo emocional y lo racional.
Desde el respeto, yo considero que está ya muy muerto y enterrado. Y lo explico:
El 47.5% no es mayoría. De hecho, la única vez que el nacionalismo catalán en general ha tenido mayoría de votos fue el 2015 y contando a Unió. Históricamente se ha movido en el 45-48%. Importante, pero no como para hablar de una aplastante mayoría absoluta.
Como comparación, el peor resultado del nacionalismo vasco fue en 2001 (sí, en serio) con un 52,84%. En las elecciones de 2016 obtuvo un 58,86%.
Pero es que además, la distribución de escaños favoreciendo feudos escasamente poblados «tampoco» habría bastado para darles la mayoría absoluta. Si no se llegan a partir por la mitad casi de forma matemática, el pequeño hubiera perdido varios escaños que con toda probabilidad se hubieran ido a la primera fuerza (Cs, que no se nos olvide) y cuyos restos habrían caído en buena medida otras opciones.
Ha sonado la flauta, en serio. Ha sonado y se han salvado. Pero eso no va a durar siempre.
Podrían haber tenido Concierto (dos veces que sepamos, varias más seguramente bajo la mesa). No lo quisieron.
Pueden encontrar una vía para pactar y evitar el ascenso imparable del ultracentralismo. ¿No lo quieren? Pues tonto es el que hace tonterías, amigos míos.
Como anécdota curiosa señalo que el troleo de «Tabarnia» revela la misma querencia por la «unidad de destino en lo universal» en el nacionalismo catalán como en el español. Aquí costó cientos de muertos y que Navarra votara «mal» durante treinta y cinco años para meter algunas ideas en la mollera de cierta gente. Y es que, a la postre, cuando hablamos de tripas… ¿Dónde está el límite?