Libertad provisional para los miembros de La Manada bajo fianza de 6.000 euros por cabeza. Lamento infinito escribir que no me sorprende en absoluto la decisión de la Audiencia de Navarra. Por descontado, deseaba otro desenlace, e incluso cuando nos llegó el primer chachau sin confirmar del todo, albergué la vana esperanza de que se tratara de un piscinazo que se vería desmentido con el tiempo. Sin embargo, los hechos contantes y sonantes junto al mínimo conocimiento del paño judicial apuntaban hacia lo que finalmente ha llegado a los titulares y ha provocado —eso también era de manual— que ardan las calles de santa y justa indignación.
Y está bien que gritemos, que nos desgañitemos movidos por la incredulidad, la rabia, la impotencia o la montaña rusa emocional que nos ha provocado ver negro sobre blanco la confirmación de los peores temores. Pero ese clamor no puede convertirse, como ya está ocurriendo, en el sempiterno concurso de la declaración más incendiaria o la proclama más biliosa. Ni tampoco debe tener carácter de pataleo difuso sobre la aplicación testicular de la Justicia. Ni orientarse en exclusiva a los cinco seres vomitivos que van a salir a la calle en cuestión de horas. No es la primera vez que escribo aquí que, aunque sea la más mediática, esta no es, ni de lejos, la única manada que practica la depredación sistemática. Si de verdad nos creemos lo que vociferamos hasta rompernos la garganta, tendríamos que conjurarnos para declarar la guerra sin cuartel a todos y cada uno de los machos que, individualmente o en jauría, se dedican a la caza de mujeres para satisfacer sus instintos. Hagámoslo.
Estrasburgo puso negro sobre blanco que pasarse de los dos años de cárcel provisional atentaba contra los derechos fundamentales. Sus derechos. Tus derechos. Nuestros derechos.
Pasarse esos derechos por el forro, tiene nombres bastante feos. Y cuando se hace contra los presos vascos, clamamos al cielo. Con razón.
Y nada de esto tendría que haber pasado. Solo hacía falta que la víctima hubiera declarado lo mismo en el juicio que en la primera declaración. Porque de hecho todo el problema brota de que la creen, la creen cuando dice que no la golpearon. La creen cuando dice que no dio un no explícito. Y con esos mimbres, hasta la condena por abuso pende de un hilo que tiene todas los visos de que será cortado en alguna parte entre el Superior y Estrasburgo. ¿Y entonces, qué?
En este caso concreto, tanto la condena suave como ésta libertad condicional, es debido a que en el grupo de depredadores hay un militrontxo y un tricorniosaurio y ahí… «con las cloacas del estado hemos topado !!
Mira que con AJ en lo político no pego ni con cola, y con los cinco seres vivos juzgados en esta causa ni te cuento en qué no pego, pero en este tema me parece que no hay mucho donde rascar y AJ dice lo evidente, a no ser que sigamos pensando con las tripas.
Se está institucionalizando el pensamiento ultrafeminista que nada tiene que ver con la lucha feminista por la igualdad de derechos y libertades que caracterizó la segunda mitad del siglo XX.
Se suelta caquita por la boca como si fuera un deporte, a ver quién la suelta más gorda, y desde las instituciones se les corea. ¡Al loro, desde instituciones de cualquier color! Hasta los naranjas y los gaviotas se han sumado. Cuando la derecha se suma a la lucha feminista algo falla.
La otra vez le digo a una chica que me comentaba que a ella le intimidaba una simple mirada de un hombre que no me haría ni puñetera gracia ir a la cárcel siendo inocente de una acusación de tal calibre solo porque se pudiera haber despojado al varón de algo tan esencial en un estado democrático y de derecho como es la presunción de inocencia. Y me contesta, tócate las narices, que prefiere que cinco hombres inocentes vayan al talego que que se produzca una sola violación. Y yo iba conduciendo, que nos podíamos haber dado una leche de cuidado. Y todavía el aliado feminista amigo mío que iba a su lado le jaleaba.
Naiara Pinedo, en el programa de Claudio, le soltaba un plastazo al pobre Irizar, que ya no sabía dónde meterse, diciéndole que meterle mano a ella es una violación de su cuerpo o de su intimidad. O sea, una violación.
Necesitamos alguien que pueda parar este despropósito, porque se nos está yendo de las manos.