Pederastia eclesial: no hacer política

Leo que el PSOE va a presentar esta misma semana una proposición no de ley para que el Defensor del Pueblo se encargue de la investigación de los miles de casos de abusos sexuales a menores en el seno de la Iglesia española. Probablemente sea una buena vía, no diré yo que no. Es perfectamente compatible, por ejemplo, con la iniciativa que registró ayer el PNV en el Congreso solicitando que la investigación se encargue a un grupo independiente formado por personas expertas. Y, por qué no, también con la primera de las propuestas en orden cronológico, la de EH Bildu, ERC y Unidas Podemos, que se decantaban por el formato clásico de las comparecencias y las interpelaciones de sus señorías.

Puesto que hay tanto acuerdo, lo importante es que se hinque de una vez el diente a la cuestión. Estos prolegómenos están oliendo a lo de siempre. Se diría que se prima el lucimiento y las ansias de anotarse el tanto antes que el esclarecimiento de uno de los peores episodios de nuestra historia reciente. Hablamos de decenas de miles de víctimas a lo largo de un periodo que no sabemos hasta dónde llega. Muchas de aquellas criaturas que fueron impunemente vejadas por religiosos tienen hoy cuarenta, cincuenta, sesenta años y siguen sin ser capaces de hablar de ello. Solo con cuentagotas aparecen nuevos testimonios. Todo, con la jerarquía eclesial y sus terminales mediáticas resistiéndose con uñas y dientes a la investigación bajo el miserable argumento de que «fueron casos aislados» o la excusa de que también se producen en otros ámbitos. Hay una deuda con las víctimas. La política tiene que estar a la altura.

La Iglesia no se atreve

Parecía algo. Menos daba una piedra. Después de décadas de silencio ominoso y culpable, la Iglesia daba un paso adelante y ponía bajo el foco su pecado capital, los abusos sexuales a menores. Y, como han escrito bastantes personas antes que yo, quizá ahí está el error, en reducirlo a esa categoría etérea y extraterrenal del pecado, que no deja de ser el gran chollo del catolicismo. Por inmenso que sea tu crimen, basta unas jaculatorias y cuatro gimnasias a modo de contrición, y ya has conseguido el perdón divino, vayan días y vengan ollas. Gracias a esa filfa, miles de tipos con sotana, hábito o indumentaria civil se han ido de rositas después de haber destrozado no ya la infancia sino la vida entera de incontables criaturas. En el mejor de los casos, todo el castigo consistía en un retiro discreto o un traslado a un lugar donde, generalmente los depredadores tenían a su alcance nuevas presas. Lo habitual, sin embargo, era una mirada hacia otro lado porque la carne es débil y Satanás no deja de tentar a los siervos del Señor.

Tremendo, que ese haya sido uno de los resúmenes de la reciente cumbre del Vaticano sobre la pederastia, el descargo de la culpa en el Demonio junto a un difuso propósito de enmienda. Conste que no soy partidario de causas generales ni de linchamientos a favor de corriente, tampoco contra la Iglesia. Sin embargo, escuchando a las víctimas, me queda muy clara su infinita decepción y su sensación de haber sido utilizadas como detergente. Con todo, no puedo dejar de añadir que la cuestión que nos ocupa no debe dilucidarse intramuros. Es la justicia temporal, la humana, la que debe actuar.