De Casablanca a Irun

Aunque la escena mítica de Casablanca es la de la despedida en el brumoso aeródromo, mi favorita es la de la clausura del local de Rick. No hay manual de ética parda tan instructivo como la visión del caradura Capitán Renault, parroquiano número uno del garito, ordenando el cierre mientras farfulla con mal impostada dignidad: “¡Es un escándalo, es un escándalo! ¡Aquí se juega!” Cambien el café que regentaba Humphrey Bogart por el bar El Faisán de Irun, y estarán en el escenario de otra grandiosa exhibición de cinismo e hipócrita desparpajo.

Es gracioso ver cómo los que tienen la cartografía a escala 1:1 de las cañerías del Estado y podrían moverse por ellas con los ojos vendados se hacen los recién caídos del guindo y claman en falsete su sofoco por el soplo -aún presunto- que unos guripas les dieron a los malos para que pusieran tierra de por medio. En su sobreactuación de taller de teatro de bachillerato, no dudan en tachar de felonía el episodio ni en señalarlo como prueba de la colaboración del Gobierno español con una banda terrorista.

Los más montaraces hasta piden que enchironen al pérfido Pepunto Rubalcaba y a su faldero y sustituto en Interior, Antonio Camacho, que algo tuvieron que ver con todo aquello. Probablemente lo consigan, porque el asunto está en manos de ese casino de croupiers con toga llamado Audiencia Nacional. Sería, en todo caso, una especie de justicia poética, porque a lo peor ambos enfilados y otros de la parte baja del escalafón han hecho méritos en su dilatada trayectoria para acabar a la sombra, pero entre ellos no debería estar su proceder en este caso.

Podemos fingir rasgado de vestiduras como el Capitán Renault, pero somos lo suficientemente mayorcitos para saber que no vivimos en la tierra de los Teletubbies. Lo del Faisán tuvo un contexto, el intento de conseguir la paz, que si no lo justifica, sí lo explica. No fue, ni de lejos, para tanto.

Gobierno terminal

Va más allá de la anécdota que se nombre portavoz de un gobierno a alguien que dice “conceto” en lugar de “concepto” o que es la viva demostración de que la cirugía láser no siempre es la solución a la miopía. Si Zapatero quería que su último conglomerado ejecutivo fuera una metáfora perfecta -o ‘perfeta’- de su patética desventura equinoccial, lo ha conseguido.

Hasta noviembre, que es cuando los sabios dicen que acabará entregando la cuchara, nos quedan unos cuantos viernes entretenidos viendo cómo José Blanco imita a Xan das Bolas o a su versión moderna, el gallego de Airbag. Habrá momentos en que no sepamos si las lágrimas son de pena penita pena por las desgracias que nos comunique o de puro descogorcie por el modo en que las narrará. Un segundo y medio de silencio por Ramón Jáuregui. Con la ilusión que le hacía al hombre que ha sido de todo añadir una línea más en su currículum. Ya no le quedan muchas oportunidades.

Y para Interior, Antonio Camacho, un oscuro bienmandado, que lo mismo se echa unos potes en el Faisán que ordena de muy malas pulgas desconectar la cámara a un periodista australiano que le estaba haciendo incómodas preguntas sobre la tortura. No es improbable que mañana o pasado le preparen la captura de cualquiera de los mil prófugos balizados o la desarticulación, qué sé yo, de una célula durmiente del Orfeón Donostiarra para que debute con picadores. “¡Apaga eso ahora mismo!”, le podrá espetar, en la consabida rueda de prensa multitudinaria, al primer plumilla que no le baile el agua.

La de velas que se habían puesto por aquí arriba para que el elegido fuera Rodolfo Ares, que el sábado se colocó en lugar bien visible para aplaudir hasta con las orejas a Rubalcaba. Pero no estaba de Dios. A ver si para la próxima abstención, el PNV anda un poco más vivo en las peticiones y consigue empaquetarlo. Claro que ya no queda mucho. Bien mirado, eso es lo mejor de todo.