Se agradece que en medio de la aburridera indecible de los cortejos para una investidura que seguramente no se consumará, aparezcan episodios que distraigan la atención siquiera por un rato. Verbigratia, la mentecatez de los (presuntos) titiriteros detenidos por (también presunta, aunque esto ya saben que suele ser menos) apología del terrorismo. Decían los primeros titulares escandalosos que los faranduleros habían desplegado ante unas criaturas una pancarta en la que se leía Gora ETA, y había que ir a la letra pequeña para enterarse de que el lema literal en cuestión era Gora Alka Eta. No sabría decirles si eso es peor, parecido o mejor que lo otro, pero sí que, aparte de ser una melonada sin puta la gracia, llevarse a alguien al cuartelillo y cascarle una denuncia por un delito muy grave por eso resulta una exageración notable y, desde luego, una injusticia monda y lironda.
Ahora, igual que les digo lo anterior, añado que hay que ser muy cretino para plantarse frente a una audiencia infantil, no ya con la soplapollez de la pancarta, sino con el resto de ingredientes que trufaban la (otra vez presunta) representación. Anoten: el ahorcamiento de un juez, el acuchillamiento de una mujer (monja según unos; bruja, según otros) embarazada, y como chorrada menor, una arenga a los pequeños espectadores para ocupar pisos vacíos.
Quizá es porque soy un facha del copón de la baraja, amén de un palurdo incapaz de captar la transgresión artística en grado supremo, pero todo lo descrito me parece una pasada de frenada sin matices. Y me alivia que las actuales autoridades municipales de Madrid, que no son precisamente del Opus, opinen lo mismo.