Titiriteros o así

Se agradece que en medio de la aburridera indecible de los cortejos para una investidura que seguramente no se consumará, aparezcan episodios que distraigan la atención siquiera por un rato. Verbigratia, la mentecatez de los (presuntos) titiriteros detenidos por (también presunta, aunque esto ya saben que suele ser menos) apología del terrorismo. Decían los primeros titulares escandalosos que los faranduleros habían desplegado ante unas criaturas una pancarta en la que se leía Gora ETA, y había que ir a la letra pequeña para enterarse de que el lema literal en cuestión era Gora Alka Eta. No sabría decirles si eso es peor, parecido o mejor que lo otro, pero sí que, aparte de ser una melonada sin puta la gracia, llevarse a alguien al cuartelillo y cascarle una denuncia por un delito muy grave por eso resulta una exageración notable y, desde luego, una injusticia monda y lironda.

Ahora, igual que les digo lo anterior, añado que hay que ser muy cretino para plantarse frente a una audiencia infantil, no ya con la soplapollez de la pancarta, sino con el resto de ingredientes que trufaban la (otra vez presunta) representación. Anoten: el ahorcamiento de un juez, el acuchillamiento de una mujer (monja según unos; bruja, según otros) embarazada, y como chorrada menor, una arenga a los pequeños espectadores para ocupar pisos vacíos.

Quizá es porque soy un facha del copón de la baraja, amén de un palurdo incapaz de captar la transgresión artística en grado supremo, pero todo lo descrito me parece una pasada de frenada sin matices. Y me alivia que las actuales autoridades municipales de Madrid, que no son precisamente del Opus, opinen lo mismo.

Tantas mordazas…

De nuevo se me pasó el día mundial de la libertad de prensa. Y eso que esta vez coincidió, grotesca casualidad, con el de la madre. Qué oportunidad para hacer la loa cursi con doble tirabuzón. No crean, ya hubo algunos rapsodas tuiteros que se curraron el dos en uno, si bien la mayoría tiró por lo trillado. Que si la ley mordaza, que si los medios secuestrados en unas pocas manos, que si cuánto necesitamos periodistas valientes. No te joroba, como si no necesitáramos camareros o camareras con un par de narices que nos cobraran el cortado por lo que cuesta y no al precio abusivo que le ha puesto el dueño del bar. O mejor, empleados de banca aguerridos que concedieran créditos a quien los necesitara y tacharan impagos para evitar desahucios. Pero no, oigan; nadie reclama ese tipo de héroes. Parece existir un curioso consenso en que los únicos que se tienen que jugar el culo —quizá con los ciclistas— somos los que practicamos, o intentamos hacerlo, este oficio de tinieblas.

Lo tremendo es que una buena parte de los que nos exigen que seamos la hostia en vinagre de independientes lo único que pretenden es que escribamos o digamos exactamente lo que quieren leer u oír. Si lo hacemos, nos sacan bajo palio. Si no, empiezan a llover las tortas como panes. Es de llorar diez ríos que esos lectores y oyentes que reclaman la mayor de las purezas alberguen en su ser a un censor implacable o a un jefe de redacción cabrón de los que dictan cada línea. Claro que también es verdad que peor es cuando no pocos de este gremio, por canguelo o en busca del aplauso de aluvión, hacen piezas a medida de la parroquia.

Mordazas, según

—El ministro Fernández quiere crear un organismo que controle lo que se publica en los medios de comunicación y, si procede, imponga sanciones a los que se pasen de la raya.

—¡Maldito fascista! ¡Pretende amordazarnos para impedir que divulguemos las maldades del sistema! Pero no nos va a callar. Se va a enterar el tal Fernández.

—¿Fernández? Qué cabeza la mía, ha sido un lapsus. El que lo propone es Pablo Iglesias.

—¡Ah, bueno! Eso es otra cosa. Tiene toda la razón. Es urgente parar los pies a la caverna y castigar a esos plumíferos mentirosos al servicio del gobierno o, lo que es lo mismo, del capital. Y si hay que cerrar algún periódico, alguna radio o alguna televisión, se cierra.

Se trata de un conversación ficticia, pero verosímil. De hecho, se basa en lo que la crema y la nata progresí bramó cuando el mentado Fernández advirtió —y cumplió— que iba a perseguir a los revoltosos de las redes sociales y las aleluyas que cantan los mismos patanegras de lo guay sobre la (antepen)última ocurrencia de Iglesias. Basta cambiar el sujeto de una oración para que la miga que contiene merezca interpretaciones diametralmente opuestas.

Por desgracia, ya ni siquiera sorprende que el fenómeno se dé ante un asunto que debería estar fuera de concurso, especialmente para quienes hemos denunciado la clausura de más de un medio por los santos pelendengues del poder. La lógica —es decir, la ilógica— que llevó, por ejemplo, a la fumigación de Egunkaria es idéntica a la que maneja el gurú de moda. Y manda pelotas que los primeros medios a los que cabría aplicar su edicto son los que le han aupado al púlpito.