No solo Catalunya

El portazo del martes en el Congreso español no fue solamente a las aspiraciones de la mayoría social y política catalana o, por analogía, de la vasca. Serían muy estrechas las miras si la única conclusión que sacáramos se limitara a lo evidente, es decir, al rechazo por aplastante mayoría de la demanda de un territorio para decidir su futuro. Basta atender a los discursos —en forma y fondo— y a las reacciones para comprender que la cuestión que se dilucidó les atañía por igual a ciudadanos de Vic, Arrasate, Mondoñedo, Chiclana, Paterna o del mismo Madrid, esos a los que con tanta ligereza calzamos la consabida e injusta metonimia.

Una pista de por dónde voy: al terminar la buenrollista intervención de Pérez Rubalcaba, una parte no pequeña de la bancada del PP aplaudió, siquiera, por lo bajini y como al despiste. Fenómeno no habitual pero del todo lógico, puesto que sacarina arriba o abajo, el [todavía] líder del PSOE había venido a decir casi lo mismo que Mariano Rajoy, o sea, que como dueños que son del balón y de la asfixiante mayoría que suman (en proporción de 6 a 1), son ellos los que ponen las reglas. Las del bipartidismo a machamartillo, naturalmente, que implican que en cualquier cuestión que consideren esencial prevalecerá el pacto de hierro. Eso reza para lo territorial e identitario, pero también para el modelo económico y el de Estado en toda la extensión de la palabra, que es una enormidad.

Como piedra angular y non plus ultra, la Constitución, que invitan cínicamente a reformar, en la seguridad de que solo ellos, el bifronte, pueden hacerlo, como en agosto de 2011, a voluntad.

¿Quién ganó?

La ya celebérrima patraña de Évole sobre el 23-F es una broma escolar al lado de otras que nos cuelan —vale, yo también me acuso— a diario sin provocar el menor revuelo ni despertar sospecha alguna. Las encuestas, por ejemplo. Fíjense qué prodigio: la de Metroscopia para El País sostiene que Pérez Rubalcaba ganó por poco el Debate sobre el estado de la nación, mientras que la de Sigma Dos para El Mundo proclama que el vencedor, también por poco, fue Rajoy. Fuera de concurso, la del chiringo NC Report para La Razón, que cacarea que Mariano no solo apalizó al Rasputín de Solares, sino que consiguió encandilar —les juro que es la palabra que utilizan— a la concurrencia.

Todo esto que les cuento va tal cual a los titulares correspondientes con marchamo de verdad verdadera, y ya pueden ustedes dejarse los ojos entre la letra pequeña, que no encontrarán una nota al pie aclarándoles que les han tomado el pelo. Lo más aproximado a eso es una apostilla que deja caer el redactor de la pieza de El País. Los resultados se han obtenido, nos dice, tras consultar telefónicamente a quinientas personas que “no necesariamente vieron el debate, sino que se guían por comentarios de personas en quienes confían o las informaciones de los medios”. Vamos, una credibilidad de tres pares de narices.

Les he revelado la parte más evidente del timo. Hay una segunda que solo se detecta con el microscopio. Aunque pueda parecer que la intención de estos sondeos es arrimar el ascua a la sardina predilecta, hay otro objetivo no menos perverso: alimentar la martingala de que la política es cosa de dos. Y ahí traga todo quisque.