Los jóvenes turcos del Partido Popular del País Vasco, esos que algún siglo de estos empezarán a quitar las telarañas de su formación, se han quedado con un palmo de narices por el caramelo gordo que le han dado al sangilista y mayororejista pata negra Carlos Urquijo. Nada menos que Virrey de Madrid en la irredenta Vasconia o, en la terminología oficial, Delegado del Gobierno central en la CAV. Del ostracismo por ser talibán y además parecerlo a un puesto que, por mucho que algunos tilden de testimonial, tendrá mucho bacalao que cortar en el trozo largo de camino que nos queda hasta la normalización.
¿Un pirómano declarado enviado a apagar los rescoldos de la violencia? Aunque no lo dicen porque están muy bien educados, que para eso fueron a colegios de pago, eso es lo que desconcierta a los “pop” del PP. Ahora que el partido parecía dispuesto a sacarse de encima el olor a naftalina y rancias esencias, a alguien de la cúpula se le ocurre poner un lobo a cuidar las ovejas. A freír espárragos el discurso buenrollista y, para colmo, a defender en público otra vez aquello en lo que no creen. Ni Maroto, que ha cogido carrerilla en lo de ir por libre, va a protestar esta vez.
Hay una versión más amable de este jarro de agua fría al aperturismo pepero vascongado. Consiste en la creencia de que lo mismo que algunas medidas económicas se toman para tranquilizar a los mercados, determinadas decisiones sobre pacificación hay que adoptarlas tratando de no incendiar los ánimos cavernarios. En este sentido, el nombramiento de Urquijo, con gran caché en el ultramonte español, sería sólo un cebo para aplacar los ánimos de la fiera. El clásico intermitente a la derecha antes de girar a la izquierda, que en el caso que nos ocupa sería, como mucho, otra derecha con sacarina. ¿Será posible que Basagoiti haya aprendido a rajoyear con tanta pericia? El tiempo nos lo dirá, pero no tiene pinta.