Pasan lustros y no pierde ni un ápice de vigencia el principio sobre el reparto de puestos en la mayoría de las organizaciones políticas que dejó enunciado Alfonso Guerra. “El que se mueve no sale en la foto”, sentenció lapidariamente el entonces número dos del PSOE, que a los efectos de colocación y eliminación de efectivos, era el número uno. Se trataba, desde luego, de un aviso a navegantes, pero también de la descripción de una realidad difícilmente refutable: un partido necesita cohesión y observación de la jerarquía. Eso se consigue, no nos engañemos, rodeando al líder de personas fieles o, si se prefiere la versión suave, de personas de su confianza. Otra cosa es que lo sean por convicción, porque no queda otro remedio o porque la recompensa merece el esfuerzo.
Es verdad que la reciente moda de las primarias ha variado algo el procedimiento. Todos tenemos en mente media docena de casos, empezando por los de los propios Pedro Sánchez y Pablo Casado, en los que ha ocurrido lo inesperado. Quizá por eso mismo, porque conocen de primera mano los peligros de no tenerlo todo atado y bien atado, uno y otro se han aplicado el cuento y de cara a la inminente torrentera de elecciones han elaborado listas casi literalmente a su imagen y semejanza. Sánchez se ha librado de hasta el último susanista y ha instalado a su guardia de corps en los lugares preminentes. De lo suyo gasta. Con mayor descaro que su rival, Casado directamente ha laminado a la vieja guardia y la ha sustituido por frikis como Cayetana Álvarez de Toledo o Juan José Cortes, cuyo único mérito político consiste en ser padre de una niña asesinada.