Listas con frikis

Tiene uno la tentación de recordar con nostalgia y hasta con cierta ternura aquellas campañas electorales en las que el punto más alto de excentricidad lo marcaban los difuntos Jesús Gil o José María Ruiz Mateos. Es verdad que ni ellos ni buena parte de los políticos de entonces componían una media demasiado alta, ni mucho menos, pero desde luego, estaría por jurar que el nivel de bochorno patético (o patetismo bochornoso) no se acercaba al que que estamos viendo en las últimas citas con las urna y, particularmente, con la presente. A la vista de los especímenes con que se han pergeñado las listas —especialmente de los partidos de extremocentro, pero también de algunos otros—, cabe pensar que hemos entrado en una imparable cuesta abajo en la rodada.

Lo tremendo son las respuestas que se obtienen cuando uno se pregunta primero por qué se actúa así, e inmediatamente después, si las elecciones de candidatos esperpénticos resultan efectivas para cosechar votos, que es de lo que se trata. Es bastante evidente que los gurús que se ocupan de estos pormenores piensan que es matemáticamente así. O lo que es lo mismo: están convencidos de que ese tipo de frikis, empezando por el propio Abascal ataviado de soldado de los Tercios de Flandes y siguiendo por la insufrible provocadora Cayetana Álvarez de Toledo o el productor de vergüenza ajena a granel Juan José Cortés, tienen su mercado, o sea, individuas e individuos capaces de hacer cola ante una urna para votar al partido que los presenta. Y ahí es donde nos damos de bruces —¡ay, qué daño!— con la soberanía popular, cuyo dictamen no quedará otro remedio que aceptar.

Listísimas

Pasan lustros y no pierde ni un ápice de vigencia el principio sobre el reparto de puestos en la mayoría de las organizaciones políticas que dejó enunciado Alfonso Guerra. “El que se mueve no sale en la foto”, sentenció lapidariamente el entonces número dos del PSOE, que a los efectos de colocación y eliminación de efectivos, era el número uno. Se trataba, desde luego, de un aviso a navegantes, pero también de la descripción de una realidad difícilmente refutable: un partido necesita cohesión y observación de la jerarquía. Eso se consigue, no nos engañemos, rodeando al líder de personas fieles o, si se prefiere la versión suave, de personas de su confianza. Otra cosa es que lo sean por convicción, porque no queda otro remedio o porque la recompensa merece el esfuerzo.

Es verdad que la reciente moda de las primarias ha variado algo el procedimiento. Todos tenemos en mente media docena de casos, empezando por los de los propios Pedro Sánchez y Pablo Casado, en los que ha ocurrido lo inesperado. Quizá por eso mismo, porque conocen de primera mano los peligros de no tenerlo todo atado y bien atado, uno y otro se han aplicado el cuento y de cara a la inminente torrentera de elecciones han elaborado listas casi literalmente a su imagen y semejanza. Sánchez se ha librado de hasta el último susanista y ha instalado a su guardia de corps en los lugares preminentes. De lo suyo gasta. Con mayor descaro que su rival, Casado directamente ha laminado a la vieja guardia y la ha sustituido por frikis como Cayetana Álvarez de Toledo o Juan José Cortes, cuyo único mérito político consiste en ser padre de una niña asesinada.

Cacemos brujas

Con el ánimo de facilitar la encomiable tarea de las Fuerzas y Cuerpos (serranos) de Seguridad del Estado en su cacería de gatos filoetarras travestidos de angelicales liebres que se quieren colar en la madriguera democrática, aporto en estas líneas mis humildes investigaciones en el entorno del extrarradio de la periferia de la ETA. O sea, en la ínsula vascongada al completo, que aquí nos conocemos todos, y si no, que tire la primera piedra el que esté libre del pecado de conocerse el empiece del Eusko Gudariak.

Por orden alfabético, mis pesquisas comienzan en Abaltzisketa, pueblo cuyo nombre en sí mismo invita a una ilegalización de tabla rasa. Estoy convencido de que la apoyarían, como poco, nueve jueces del Supremo, máxime cuando concurre una circunstancia que roza la provocación y el recochineo: el candidato de la agrupación Herritarrak (que también tiene tela), se apellida Zubizarreta. Lo llevan en el árbol genealógico.

De Villava, que a ellos les gusta llamar Atarrabia por joder, ya se ha señalado por los esforzados hombres de verde oliva el dato impepinable de que una candidata es hermana de un preso de ETA. A mayor abundamiento, hay que añadir que otro es primo segundo por parte de padre de la suegra de uno de la cuadrilla de un tipo que fue interventor de HB en las municipales del 83. Si eso no es estar contaminado, que venga Iturgaiz y lo vea.

Por cierto, anoto que el criterio de la contaminación es un chollo. Podría servir para cepillarse de un plumazo todas las listas de la Margen Izquierda del Nervión. Aunque la industria no es lo que era, quedan toneladas de lindane y otras porquerías que, sin duda, serían aceptadas como prueba concluyente.

Y mucho ojito, que no hay que poner sólo sobre los anónimos las lupas del tío Alfredo. Entre los conocidos también hay tomate. El mismo Oskar Matute, tan mosquita muerta que parece, tomó un día un zurito en una herriko taberna.