Togas contra Catalá

A buenas horas han descubierto algunos que el chisgarabís Rafael Catalá es un bocachancla con cartera ministerial adosada. Anda que no lo ha demostrado largamente adelantando al milímetro lo que iba a pasar con Iñaki Urdangarín o teledirigiendo con su lengua suelta a los togados por el turbio mar del Procés. Por no hablar, claro, de cómo se ganó a pulso la reprobación de todos los partidos menos el suyo tras hacer mangas y capirotes con las fiscalías, en comandita con el difunto Maza, para limitar el daño en las cloacas genovesas. Se pregunta uno dónde estaban entonces todas esas asociaciones gremiales de lo jurídico que ahora se muestran ofendidísimas porque el individuo ha soltado mierda sobre uno de los suyos.

Soy el primero en proclamar que un miembro del gobierno no debe poner en la picota —a lo Gila, además: “Todos saben que alguna persona tiene algún problema”— a un juez. Ni siquiera a uno que nos ha revuelto el estómago. Si de verdad sabía algo que inhabilitaba al fulano para meter sus narices en un asunto tan delicado como la actuación depredadora de La Manada, tenía que haberlo puesto en conocimiento de las instancias oportunas. Si solo es un tiro por elevación para embarrar más el campo y quedar bien con la calle, es cierto que no puede estar un minuto más en el cargo. Sin embargo, anoto a continuación que ni las citadas asociaciones de jueces ni el sacrosanto CGPJ tienen la menor legitimidad para pedir la dimisión de Catalá. Primero, porque no lo hicieron cuando debieron. Y segundo, porque al hacerlo, incurren en lo mismo de lo que acusan al ministro: atacar la separación de poderes.

Cacemos brujas

Con el ánimo de facilitar la encomiable tarea de las Fuerzas y Cuerpos (serranos) de Seguridad del Estado en su cacería de gatos filoetarras travestidos de angelicales liebres que se quieren colar en la madriguera democrática, aporto en estas líneas mis humildes investigaciones en el entorno del extrarradio de la periferia de la ETA. O sea, en la ínsula vascongada al completo, que aquí nos conocemos todos, y si no, que tire la primera piedra el que esté libre del pecado de conocerse el empiece del Eusko Gudariak.

Por orden alfabético, mis pesquisas comienzan en Abaltzisketa, pueblo cuyo nombre en sí mismo invita a una ilegalización de tabla rasa. Estoy convencido de que la apoyarían, como poco, nueve jueces del Supremo, máxime cuando concurre una circunstancia que roza la provocación y el recochineo: el candidato de la agrupación Herritarrak (que también tiene tela), se apellida Zubizarreta. Lo llevan en el árbol genealógico.

De Villava, que a ellos les gusta llamar Atarrabia por joder, ya se ha señalado por los esforzados hombres de verde oliva el dato impepinable de que una candidata es hermana de un preso de ETA. A mayor abundamiento, hay que añadir que otro es primo segundo por parte de padre de la suegra de uno de la cuadrilla de un tipo que fue interventor de HB en las municipales del 83. Si eso no es estar contaminado, que venga Iturgaiz y lo vea.

Por cierto, anoto que el criterio de la contaminación es un chollo. Podría servir para cepillarse de un plumazo todas las listas de la Margen Izquierda del Nervión. Aunque la industria no es lo que era, quedan toneladas de lindane y otras porquerías que, sin duda, serían aceptadas como prueba concluyente.

Y mucho ojito, que no hay que poner sólo sobre los anónimos las lupas del tío Alfredo. Entre los conocidos también hay tomate. El mismo Oskar Matute, tan mosquita muerta que parece, tomó un día un zurito en una herriko taberna.

Independencia, ja, ja, ja, judicial

Después del chiste de Cipriano, que me contó alguien cuya identidad jamás revelaré, lo que más me está haciendo reír estos días -quien dice días, dice años- es la expresión “independencia judicial”. Les juro que es escucharla y empezar a derramar lagrimones acompañados de estertores histéricos que me dejan el estómago como si hubiera hecho ochocientas abdominales. Menos mal que luego pienso en la indecencia de quienes llevan permanentemente en los labios ese mantra y se me corta el vacilón de raíz.

“Independencia judicial”, sueltan con solemnidad, mientras tienen el rostro de cambalachearse jueces que cojean de su pie a la vista de todo el mundo. Tres años han estado en ésas PSOE y PP para renovar el Tribunal Constitucional hasta que los de la gaviota, no se sabe si por claudicación o por estrategia, han depuesto su intención de colocar en la alta magistratura a un togado cuyo mayor mérito es ser tertuliano lenguaraz de Intereconomía y escribir un artículo semanal en La Razón. Enrique López se llama el interfecto, que tiene escrito que habría que prohibir a la prensa informar sobre sumarios secretos, no sea que se alborote el patio.

¿A cambio de qué?

Habrá que ver la contrapartida del canje, porque estas cosas no se hacen gratis. Ya comprobamos en la reciente y rocambolesca elección del presidente del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco que la ideología de sus señorías sí importa. Que lleve tal o cual el teatral mazo de pedir orden en la sala no es anecdótico. Más de una vez y más de quince, supone la diferencia entre treinta años y un día o la absolución con todos los pronunciamientos favorables. No es precisamente una ingenua curiosidad la que lleva a los abogados a preguntar, como Perales, “¿Y quién es él (o ella)? ¿A qué dedica el tiempo libre?”

Si esto va a misa en la llamada justicia ordinaria, en la Champions League judicial -Superiores, Supremo y Constitucional-, donde las decisiones son pura política, se convierte en dogma de fe. Basta mirar la composición del sanedrín para adelantar, sin margen de error, su fallo. La única incertidumbre reside en si alguno de los juzgadores morirá antes de tiempo. Macabro, sí, pero ya ha pasado y, en el colmo del esperpento, los medios hemos subrayado en el titular de la necrológica la condición de progresista, conservador o tibio del finado.

Es muy comprensible el cabreo que provoca en los administradores de justicia este burdo etiquetado, pero en su mano está parar los pies a los políticos que los tratan como a cromos. ¿Lo harán?