Tras el desalojo de Maroto

Supongo que sabrán lo de aquel científico que, tras arrancar las patas a una araña, la dejó en el medio de la mesa del laboratorio y comenzó a llamarla: “¡Chist, arañita, ven aquí!”. Como el bicho no se movió después de varias intentonas, el erudito anotó en su cuaderno: “La amputación de las extremidades de los arácnidos les provoca sordera”. Palmo de exageración arriba o abajo, el argumento se parece mucho al que, viendo la suerte que han corrido Javier Maroto y su maestro badalonés, Albiol, se está aventando por las esquinas ortopensantes en el sentido de que quienes hacen del racismo su estrategia electoral acaban en la oposición.

En medio de la algarabia y el calentón del desalojo, cabe echarle lírica a una suma pedestre y al producto de unas prosaicas negociaciones, y convertir los deseos en principios elementales de la termodinámica. Pero en frío, y aunque no se confiese ni a los íntimos, hay que bajar el diapasón de las proclamas. Como baño de realismo, bastaría pensar que la continuidad o no de Maroto estuvo en manos de un concejal del PNV en Andoain que salió por peteneras. Una vez que el PSE se puso de morros por el desplante, si no es porque en el último segundo —y desobedeciendo, ojo, el mandato de su Asamblea—, el edil de Irabazi apoyó a Gorka Urtaran, la vara de mando no habría cambiado de manos.

Me consta que lo que se estila es creer lo que a cada cual le salga de la entrepierna, pero también que las conclusiones al gusto del consumidor son pésimas consejeras. Será ceguera voluntaria, amén de cara a la larga, pensar que en Gasteiz ha triunfado, así sin más, el bien sobre el mal.