Con el ánimo de facilitar la encomiable tarea de las Fuerzas y Cuerpos (serranos) de Seguridad del Estado en su cacería de gatos filoetarras travestidos de angelicales liebres que se quieren colar en la madriguera democrática, aporto en estas líneas mis humildes investigaciones en el entorno del extrarradio de la periferia de la ETA. O sea, en la ínsula vascongada al completo, que aquí nos conocemos todos, y si no, que tire la primera piedra el que esté libre del pecado de conocerse el empiece del Eusko Gudariak.
Por orden alfabético, mis pesquisas comienzan en Abaltzisketa, pueblo cuyo nombre en sí mismo invita a una ilegalización de tabla rasa. Estoy convencido de que la apoyarían, como poco, nueve jueces del Supremo, máxime cuando concurre una circunstancia que roza la provocación y el recochineo: el candidato de la agrupación Herritarrak (que también tiene tela), se apellida Zubizarreta. Lo llevan en el árbol genealógico.
De Villava, que a ellos les gusta llamar Atarrabia por joder, ya se ha señalado por los esforzados hombres de verde oliva el dato impepinable de que una candidata es hermana de un preso de ETA. A mayor abundamiento, hay que añadir que otro es primo segundo por parte de padre de la suegra de uno de la cuadrilla de un tipo que fue interventor de HB en las municipales del 83. Si eso no es estar contaminado, que venga Iturgaiz y lo vea.
Por cierto, anoto que el criterio de la contaminación es un chollo. Podría servir para cepillarse de un plumazo todas las listas de la Margen Izquierda del Nervión. Aunque la industria no es lo que era, quedan toneladas de lindane y otras porquerías que, sin duda, serían aceptadas como prueba concluyente.
Y mucho ojito, que no hay que poner sólo sobre los anónimos las lupas del tío Alfredo. Entre los conocidos también hay tomate. El mismo Oskar Matute, tan mosquita muerta que parece, tomó un día un zurito en una herriko taberna.