Respeto asimétrico

Una vez en Roma, haz como los romanos. Esa es la recomendación que tiene media docena de versiones en diferentes idiomas… y que habrá que cambiar. Como poco, será necesario añadir que la aseveración no se aplica a los altos dignatarios iraníes. Y menos, si como acaba de ser el caso del actual presidente, de nombre Hasán Rohaní, se llega a la ciudad eterna con un pastizal bajo el brazo.

En concreto, el fulano llevaba 17.000 millones y pico de euros para fundirse en unos bisnes petroleros con un puñado de empresas italianas. Ya lo dejó escrito Quevedo: poderoso caballero es Don Dinero. Ese parné es suficiente, no ya para que se evaporen los escrúpulos ante las incontables vulneraciones de los derechos humanos que perpetra el régimen de Teherán, sino para ponerse de hinojos ante los usos dizque culturales del sujeto, y haya que tapar chuscamente las estatuas de los Museos Capitolinos que muestran alguna parte del cuerpo desnuda.

Me hago a un lado para no ser embestido por la previsible manada de Miuras progresís con su afilada cornamenta de lecciones sobre el respeto y la cortesía hacia el diferente. Lo siento, pero no trago con esa martingala asimétrica que siempre termina igual: con los laicos y/o los católicos tragando quina. Ya está bien, y más cuando el objeto de tanta deferencia obsequiosa es una teocracia que sigue colgando homosexuales de las grúas y pisoteando con denuedo los derechos de las mujeres. Pero el que paga manda. Y qué tristeza que ese lema lo practiquen de igual modo los más rojos del barrio y los reaccionarios capitalistas que acaban de resituar a Irán en el eje del bien.

Corruptos soberanos

De nuevo, las columnas y los comentarios se llenan de alusiones a la Tangentópolis italiana. He perdido la cuenta de las veces que, tras la aparición de un nuevo caso de corrupción en Hispanistán, creemos estar a las puertas de un derrumbe de régimen como el que ocurrió en la península de la bota a principios de los noventa del siglo pasado. Quizá, quién sabe, esta sea la buena. Desde luego,  la Operación Púnica —qué arte en el bautismo tiene algún benemérito— marca el récord de trincones detenidos en menos tiempo. Parece, además, que se trata de un menú degustación. Por lo que se va conociendo e intuyendo, hay una larga lista de mangantes aguardando turno (es decir, la recopilación de indicios suficientes) para ser emplumados. A diferencia de otras ocasiones, todo apunta a que en sus partidos nadie va a mover un dedo por ellos. Por una parte, porque hemos entrado en la fase del sálvese quien pueda, y por otra, porque, según nos cuentan, las presuntas rapiñas no eran para compartir con la caja B común, imperdonable egoísmo.

A la espera de nuevos y jugosos capítulos de la novela marrón recién inaugurada, que los habrá, les propongo una reflexión sobre sus protagonistas. Y más concretamente, sobre los que tienen la condición de políticos. ¿Se han parado a pensar cómo llegaron a los puestos desde los que han podido ejercer su latrocinio? Tristemente, a golpe de voto popular. Varios de los ahora encausados pueden exhibir pingües mayorías revalidadas elección a elección. Buena parte del mismo pueblo que ahora echa pestes sobre ellos les dio la llave del pillaje. Son corruptos, sí, pero soberanos.

Antipolítica

La antipolítica ha ganado en Italia. Eso dicen los titulares, que añaden la consecuencia de tal hecho: la península con forma de bota es ingobernable. A mi la legión de lingüistas, sociopolitólogos y exorcistas. Necesito, y creo no ser el único, que alguien me explique el significado de ambos términos machaconamente repetidos en los encabezados y en los cuerpos de las informaciones sobre el pifostio electoral transalpino.

¿Ingobernable? Conozco yo un par de sitios muy cercanos donde los parlamentos son una especie de ensalada multicolor o patchwork —escojan ustedes la metáfora que más les guste— y los gobiernos están en manos de partidos que sacaron la pajita más larga, sí, pero no lo suficiente como para mandar en solitario. En uno de esos lugares, por demás, se da la depresivo-jocosa circunstancia de que el único representante de una formación liliputiense con vocación de ladilla se tira el moco de tener la piqueta para romper empates. Para colmo y desgracia, con frecuencia es cierto. ¿No sería esta situación el paradigma de la ingobernabilidad? Podría parecerlo, pero según las teorías al uso, el damero maldito es un regalo del cielo que permite los acuerdos entre diferentes, es decir, la quintaesencia, el novamás y la rehostia en verso de las bellas artes políticas. Luego, claro, rascas con media gota de espíritu crítico y ves que los cacareados consensos son cambalaches mondos y lirondos. Y ahí nos damos de bruces con la otra palabra del momento: antipolítica.

Me temo que la política sin prefijos se ha quedado para los manuales de uso exclusivamente académico. Fuera del laboratorio no existe; muere al contacto con la realidad. Como maniobra de distracción, o sea, de despiste, cabe tratar de identificar la antipolítica con propuestas pintureras o extravagantes como las que han descollado en Italia. Pero la otra, la oficial, la de carril, es también antipolítica. E igual de dañina.

¿Quién perdería más?

El peor problema de los estados —Portugal, Italia, Grecia, España— a los que los chulitos de la clase nombran con el despectivo acrónimo PIGS, o sea, cerdos, es que tienen un pufo de escándalo, seguramente imposible de pagar a estas alturas. Pero si nos ponemos a malas, que es lo que empieza a tocar, esa es también su mayor ventaja. ¿A quién se debe ese pastizal inconmensurable, inabarcable, casi literalmente incuantificable de tantos ceros a la derecha como lleva? Ahí le hemos dado. Según la versión al uso, a los bancos alemanes y a media docena de jarcas de tiburones internacionales, denominados eufemísticamente inversores. Pues esos son los que deberían estar nerviosos y reflexionando seriamente lo que les conviene. Alguien debería explicarles que ese capitalismo salvaje sobre el que tanto les excita cabalgar es como los leones de Ángel Cristo: un latigazo mal dado y se le meriendan una pierna al domador. En otras palabras, unas veces se gana y otras se pierde. Las quejas, al maestro armero o a la tumba de Milton Friedman, que fue el que convirtió el hijoputismo en teoría económica.

Que sí, que estaría de cine que los países y los paisanos se condujeran con diligencia, rectitud y probidad para cumplir sus compromisos y sus deudas. Eso valdría si esta jungla no fuera desde su mismo nacimiento una timba de tahúres —del Misisipi o del Elba— cuya única regla es que no hay reglas. Le pueden echar todo el cuajo que quieran, que no va a colar que son benéficas oenegés. Si pusieron carretadas de billetes en lugares que olían a pozo negro, fue porque las soñaban de vuelta multiplicadas por ene. No esperaban que los cortos mentales a los que iban a desplumar sin despeinarse eran más vivos que ellos y acabarían pegándoles el mayor timo de la estampita de todos los tiempos. ¿Qué van a hacer ahora? ¿Romper la baraja, es decir, el euro? Que lo hagan. Está por ver quién perdería más.

Tecnocracia

Mucho Iphone 4, mucha tabletita superchachipiruli, pero a la hora de la verdad, estamos como cuando el calzado universal era la alpargata. Otra vez toca pedir pan, libertad y ya, si eso, un poco de justicia. Quién nos lo iba a decir. Apenas anteayer estábamos bien surtidos de lo primero y, como teníamos el estómago satisfecho, un plasma de 40 pulgadas y banda anchísima para subir fotos chorras al Facebook, nos bastaban las migajas de lo segundo y lo tercero. De pronto, nos han despertado del tórrido sueño burguesote y nos han devuelto a un siglo XIX con aire acondicionado, autovías, aeropuertos y, como adorno, sufragio universal para que, si protestamos, nos recuerden que fuimos nosotros quienes escogimos entre susto y muerte.

Antes de que les dé un shock anafiláctico a mis cuatro o cinco lectores (y amigos) tardoliberales, aclaro que, efectivamente, estoy exagerando la nota. Guárdense esas maravillosas y autotranquilizadoras tablas que demuestran que la Humanidad, con gigante H mayúscula, nunca ha estado mejor que ahora. Aunque a diferencia de ellos, no me consuela que hoy mueran 25.000 personas de hambre al día en lugar de 100.000, si me miro los michelines o abro el grifo del agua caliente, ya veo que, desde que Marx escribió “El capital”, el progreso material ha dado un arreón considerable. Otra cosa es que piense que esas comodidades y esos cachivaches que compramos, tiramos y volvemos a comprar, nos han disparado el colesterol de las conciencias.

Ahí es adonde iba yo: ahora que comienza la reconquista tecnócrata de Europa desde las penínsulas helénica e itálica, nos encontramos, como decía Hubbard, demasiado cobardes para luchar y demasiado gordos para salir corriendo. Muy pronto, los chisgarabises políticos —que ya mandaban poco— serán relevados de todos los gobiernos por implacables gestores de hierro. Está por ver que nos procuren pan. Justicia y libertad, ni soñarlo.