Ocurrió la semana pasada en ese inmenso estercolero llamado Twitter. Algún sabueso de pitiminí descubrió la identidad real de uno de los piadores recalcitrantes de la diestra. Resulta que bajo el alias Pastrana, envenenador de los sueños y las vigilias de la ortodoxia progresí, empezando por el pijoaparte venido a más Rufián, se ocultaba… ¡un alcalde del PP! ¿Uno de alguna capital importante, apoyado por un aparato de propaganda pagado a millón? Qué va. Se trata del primer edil de una localidad turolense de 188 almas, según el último censo, llamada Villar del Cobo.
Cabría esperar que ante semejante humillación —un remedo de Paco Martinez Soria del siglo XXI provocando el crujir de dientes de la crema y la nata urbana e hinteleztual del recopón—, los millares de aludidos procedieran a silbar a la vía y a no darse por enterados. Pero esos no son los usos y costumbres, ni de la jauría en general, ni de sus gurús, con un mal perder estratosférico. A la revelación siguió un linchamiento del fulano para la antología, encabezado por ventajistas de gran pedigrí como el mentado arcángel exterminador y comunicadores megarrevolucionarios de veinte mil euracos al mes y secundado por la cobarde manada de funcionarios aburridos y acomplejados de variada estofa.
Se le escarmentaba al osado munícipe tuitero por repartir estopa al amparo de un seudónimo. Y anda que no mandaba huevos que entre los perpetradores de la paliza se contaran varios de los anónimos y las anónimas de más relumbrón, en compañía de otros que se encaraman a los teclados dejando a buen resguardo sus verdaderos nombres y apellidos. Qué rostro.