Mi conciencia levantisca y tocapelotas no me permite gastarme los 22 euros de vellón que cuesta un libro que quiero leer. Por la portada gritona, rozando lo arrabalero, podría ser de John Grisham o Tom Clancy (q.e.p.d.). Pero no; lo firma un señor de Lugo que atiende por el escasamente glamuroso nombre de José Amedo Fouce. Imagino que van entendiendo mis reparos en financiar los vicios carísimos de alguien que tiene un carro de asesinatos a sangre fría a sus anchas espaldas. Igual que los autores de pedigrí citados, el fulano, que antes daba matarile a cien mil francos el fiambre, ahora escribe por la pasta. Den por seguro que ha recibido una cifra de quitar el hipo apoquinada por Pedro José Ramírez Codina, mandamás de la editorial que publica el opúsculo. Ya ven qué vueltas da la vida: los antiguos enemigos irreconciliables forman al cabo de los años una sociedad de socorros mutuos. Del odio al amor, sobre todo si es interesado, también hay un paso.
Sin embargo, aunque podría serlo, no es solo el vil metal lo que ha unido a este par de dos. A la altura de lo crematístico está el afán de revancha. Y ahí es donde editor y escritor han dado con mi punto débil, porque no hay género semiliterario que me ponga más pilongo que el ajuste de cuentas. Pese a la mala fama que arrastra, el despecho suele ser fuente de sabrosas historias… y de verdad.
Nadie como un resentido para reventar los candados que guardan los secretos más inconfesables, que en este caso son, obviamente, los del GAL, ese trozo de nuestro anteayer que por lo visto no está sujeto a revisiones críticas del pasado, a peticiones de perdón ni, mucho menos, a reparaciones del (inmenso) daño causado. Según promete la cubierta, esas páginas agrupadas bajo el desvergonzado título Cal viva contienen “la verdad definitiva desde las entrañas” de la siniestra banda parapolicial. De la A a la X. No me digan que no resulta tentador.