Dos fotos

Magnífico contraataque a esas imágenes de menesterosos rebuscando en la basura o policías abriendo cabezas con las que The New York Times y otras biblias informativas de Occidente se hacen lenguas del derrumbe hispanistaní. Como hay que contarle al mundo que todo eso son insidias —inshidiash, en pronunciación rajoyana—, como hay que convencer a los inversores que huyen en estampida sobre la solidez y la rabiosa modernidad de la Marca España, las números dos y tres del PP olvidaron por un rato que se llevan a taconazos y marcharon al Vaticano a posar de Dolorosas. Como coartada, el ascenso en el escalafón divinal de no sé qué santo patrio.

Si no han visto los retratos, huelga cualquier esfuerzo por mi parte. Veinte columnas se me quedarían cortas para describirles el instante atrapado por las cámaras. Sólo les diré que ahora podemos estar seguros de que es posible fotografiar el pasado. Ese luto riguroso, esa peineta cubierta por la reglamentaria mantilla de organdí sobre la cabeza de Cospedalis Aflictorum, ese velo de beata de provincias que lucía Sor Aya, esos medallones de libra y media que les pendían a ambas a la altura del ombligo… Y en segunda fila, como una aparición, Nuestra Señora de los Aznares, también de negro zahíno y las manos entrelazadas en piadosa oración. ¿Cómo iba a estar ocurriendo un domingo del siglo XXI? Ni idea, pero me temo que, efectivamente, ocurrió.

No fue, de hecho, la única estampa añeja de la jornada. Poco más o menos a la misma hora, en Zaragoza, la Virgen del Pilar recibía —es de suponer que con honda e inenarrable emoción— la Gran Cruz del Mérito de la Guardia Civil. Se la impuso el locuaz ministro de Interior Fernández, flanqueado por la presidenta Rudi (también con peineta y mantilla, faltaría más) y el alcalde Belloch, otrora juez para la democracia.

¿Todavía es necesario explicar las prisas por hacer las maletas y alejarse de esta España?

2016, chinchan y rabian

Lo confieso: hasta las cinco y veinticuatro minutos de la tarde de anteayer, la candidatura de Donostia a la capitalidad cultural en 2016 me provocaba una indiferencia estratosférica. Recelo por sistema de cualquier elección -reina de las fiestas, sede olímpica, patrimonio de la Humanidad- que dependa de un jurado que se lo pasa cañón mientras se deja camelar por los sumisos aspirantes. Con más motivo si, como ocurre en este caso, el premio gordo de los juegos florales tiene como reclamo la palabra “cultura”, que llena mucho en la boca, sí, pero que generalmente no sabe a nada; la de timos que se cometen en su nombre.

Pese a todas estas reservas y otras que darían para dos páginas, no pude evitar alegrarme cuando el tipo ese con pinta de vividor de manual culminó su infumable chapa previa pronunciando el nombre oficial de la antigua Odonópolis. Los cenizos del apocalipsis, empezando por el que suscribe, habíamos vuelto a meter la gamba hasta el cuezo. Fue digno de los telefilmes lacrimógenos americanos donde el protagonista pasa en un par de secuencias de la silla de ruedas a ganar la final de los cien metros lisos. La ciudad descartada de saque, la que parecía condenada a participar en la ceremonia sólo para recibir la justa humillación por la mala cabeza de sus votantes, acabó birlando la cartera a los niños buenos de la clase.

Qué gran desquite, el de las camisas a cuadros y las camisetas de algodón sonriendo desde el estrado a las corbatas y modelitos de diseño que habían previsto otro final de festejo. Claro que lo mejor vino después, con la enorme lección de mal perder del encarcelador de insumisos (yo sí me acuerdo) Belloch y de la tránsfuga contumaz Rosa Aguilar. Impagables, sus respectivos berrinches que a la vez eran autorretratos. Y para redondear el jolgorio, los trogloditas mediáticos rugiendo a pleno pulmón. Definitivamente, empieza a molar lo del 2016, sea lo que sea.