En la todavía no digerida tragedia del pozo de Totalán ha destacado, por su estomagante omnipresencia, ese peculiar individuo llamado Juan José Cortés. Apuntaran donde apuntaran las mil y una cámaras que transmitieron al segundo cada insignificante detalle del rescate del niño Julen Roselló, él estaba allí. A veces, simplemente se conformaba con chupar plano junto a los padres o los familiares del pequeño, los operarios que colocaban los dispositivos, los expertos que explicaban lo que se hacía, los guardias civiles que pululaban por allí, las autoridades que acudían también a retratarse o el gentío atraído por el drama. En otras ocasiones, sin embargo, conseguía en exclusiva el micrófono y los focos para farfullar sus sonrojantes naderías. También es verdad que ninguna de sus melonadas in situ superó a la que lanzó desde la convención del PP, donde, como militante con derecho a escenario, bramó: “¡Aguanta, Julen, que Juan José Cortés y el Partido Popular están contigo!”.
Como no hay que explicar pero sí señalar porque tendemos a pasarlo por alto para evitar la incomodidad que provoca saberlo, la autoridad de este tipo para actuar así le viene dada por su condición de padre de una niña asesinada por un malnacido que, además, intentó abusar sexualmente de ella. Con ese tremebundo salvoconducto, Cortés ha conseguido, amén de una colocación vía carné, ser convocado a un sinnúmero de foros en calidad de experto al que, por descontado, no se puede rebatir ni poner en solfa. O no se podía. Por fortuna, este caso lo ha desenmascarado. Sería genial que cundiera el ejemplo. No es el único que vive de su sufrimiento.