En el maravilloso clásico Luz de gas (o Luz que agoniza, según otras traducciones), Charles Boyer volvía tarumba a Ingrid Bergman a base de decirle primero una cosa y luego la contraria. Tan pronto la cubría de bellas y protectoras palabras como le echaba una bronca monumental por haber perdido un broche que él mismo había escondido. Será por esa fijación que se me atribuye, pero me resulta asombroso el parecido entre esa forma proceder y la que manifiesta, especialmente de un tiempo a esta parte, el inquilino incidental de Ajuria Enea.
El viernes pasado, además de reconocer en sede parlamentaria que el déficit se le había ido de las manos, confesaba que sería necesaria una nueva ronda de lo que él eufemísticamente denominó “ajustes”. Efectivamente, lo que vienen siendo los recortes de toda la vida. Lo macabramente chistoso es que el domingo, ataviado con el jersey camisero reglamentario de arengar a las masas, clamaba ante las Juventudes de su partido contra la política neoliberal basada en los recortes sin ton ni son. ¿Imaginan a Mourinho despotricando contra los malos modos en el deporte? Pues tal cual.
En realidad, casi peor, porque en su prédica incendiada, Robin de Coscojales atribuyó en exclusiva la receta del tijeretazo y el pisoteo de derechos sociales al PNV y al PP. Pase lo del mamporro a los jeltzales como devolución de los malos ratos que le procuran poniéndole ante el espejo, pero, ¿qué le ha hecho el partido de Basagoiti, aparte de sostenerle la makila y permitirle que salga en la colección de cromos de lehendakaris? Sin entrar al barrizal identitario, ¿quién le aprobó el último presupuesto, cuajadito de hachazos a cualquier materia que oliera un poco a estado del bienestar?
Era el penúltimo récord que le quedaba por batir: ser Gobierno y oposición a un tiempo, algo así como el Doctor López y Mister Patxi. Si acaba colando, es que definitivamente nos lo merecemos todo.