Durán abandona

La vida no es igual fuera del Palace. Cautivo, desarmado y sucesivamente humillado en las últimas contiendas electorales, Josep Antoni Durán i Lleida echa rodilla a tierra. 29 años después de vivir a cuerpo de sí mismo —ya quisieran algunos reyes— se baja del machito. Casualidad, que lo haga en el preciso instante en que no queda nada por roer del hueso. Habrá que reconocer, con todo, la habilidad para sacar petróleo de algo que no tenía más valor que su nombre. Como aquellos burgueses que se asociaban por vía inguinal con la aristocracia venida a menos para adornarse con un título, la nueva rica Convergència compró en su día la franquicia Unió para darse un barniz de democracia cristiana histórica con toque antifranquista. No salieron mal los adquiridos: siendo cinco o seis, como finalmente ha quedado demostrado, pillaron canonjías a tutiplén… hasta que se rompió el amor —o sea, el interés— de tanto usarlo.  Luego, lo uno llevó a lo otro. El fin de la alianza fue (o lo será, tanto da) el del partido fundado, casi nada, hace 84 años.

Escribo en caliente, así que desconozco las reacciones a la tocata y fuga. Sospecho que habrá alguna que otra encendida loa, como corresponde a un difunto, aunque solo sea político. Siento no poder sumarme. Creo, de hecho, que el mejor retrato del individuo está en una anécdota apócrifa que comparto con ustedes. Se cuenta que allá por los primeros 70, un grupo de catalanistas habían quedado para una reunión en una plaza. Solo faltaba nuestro hombre, que finalmente apareció saliendo de una iglesia. Al verlo, Miquel Roca sentenció: “Ahí viene Durán de engañar a Dios”.

De Roca a Rivera

Asegura el omnipresente Albert Rivera que se ríe cuando oye que su partido es el del Ibex 35. Supongo que lo que quiere decir es que se despotorra por dentro al pensar en las paletadas de panoja que recibe y en quiénes son los donantes, es decir, los prestamistas, detalle semántico que no puede perder de vista. Va aviado el efebo de La Barceloneta si cree que, llegado el momento, no tendrá que devolver en especie los chorretones de pasta que nos hacen preguntarnos retóricamente de dónde saca para tanto como destaca. ¿De cuándo acá a un partidito de provincias le llega para poner el careto de su líder a la norcoreana en la fachada de sendos edificios de la zona noble de Madrid?

Miren, ahora que lo pienso, sí hay precedentes de tanto dispendio por una causa similar. De cara a las elecciones de 1986 —ha llovido un rato—, algunas de las carteras más abultadas de España echaron la casa por la ventana para montar una guasa que se llamó Partido Reformista Democrático. Pusieron al frente de la cosa al padre de la Constitución, catalanista según y hoy abogado de infantas enmarronadas, Miquel Roca i Junyent. El objetivo entonces era atizarle un mordisco a la mayoría absoluta del PSOE felipista. Tal fue la tabarra que se dio con el invento en los meses previos a la cita con las urnas —igual que hoy con los naranjitos—, que nadie dudaba del éxito de la misión. Lo cierto es que cuando llegó la hora de contar, no llegaron a 200.000 votos. Ni un mísero escaño.

Tiene pinta de que esta vez el artilugio está algo mejor armado y no se repetirá el hostión. Pero quizá tampoco sea para tanto como algunos apuestan.