Torra vs Torrent

Bueno, pues ya están las dos grandes almas del soberanismo catalán donde querían los de enfrente. Cierto es que las rencillas, amén de ser inevitables por la pura naturaleza de cada formación, vienen de muy largo. Si la antigua Convergencia echada al monte y la vieja Esquerra que ha abrazado el posibilismo han llegado hasta aquí, ha sido por compartir, más que un objetivo, un enemigo hostigándoles literalmente por tierra, mar y aire. Ahora que el unionismo gobernante ha cambiado (solo de momento y por pura necesidad) las porras por las cucamonas negociatorias, las contradicciones se han agudizado hasta el punto de ser imposibles de ocultar.

Sé que los más convencidos de nuestro terruño, mis tiernos procesistas de salón, clamarán que no hay división alguna y que la meta está cada día más cerca. Que Santa Lucía les conserve la vista y San Cucufato, o sea, Sant Cugat, el voluntarismo irredento ante la evidencia. Junts y ERC o, personalizando, Torra y Torrent, están a mandoble limpio. El primero, representante a este lado de los Pirineos del expatriado Puigdemont, ha visto cómo el segundo le ha levantado la condición de diputado sometiéndose al yugo judicial del estado opresor. En términos que tanto gustan a los más encendidos e incendiados, el barbado president del Parlament ha actuado como un cipayo de tomo y lomo. Lo secretamente divertido para mi es que quienes usaban tal epíteto a todas horas forman en la actualidad sociedad de gananciales políticas con el partido que se ha bajado los pantalones. Confieso que ardo en deseos de escuchar las explicaciones de quienes viven las fantasías propias en carne ajena.

No todos los corruptos

Como casi todo, la corrupción va por barrios. ¿Porque todos, incluidos los que van de impolutos —a veces llegaban cartas…— tienen uno, dos o veinte casos y lo niegan o se justifican con similares paparruchas dialécticas? Desde luego, pero no solo por eso. También, o mejor dicho, especialmente porque la denuncia de los marrones no atiende a motivos éticos. Vamos, pero ni de lejos. Antes al contrario, cada chanchullo que sale a la luz, da igual en calidad de presunto o de probado, no es más que una oportunidad para atacar al rival político.

¿Y si, por los avatares de la historia y el destino manifiesto, ya no es rival sino compañero de fatigas? Pues nada, pelillos a la mar, al mejor latin lover se le escapa un pedo, como acabamos de ver en las divertidas y altamente reveladoras reacciones a la sentencia del Caso Palau. Por si nadie se ha dado cuenta, incluso en su aguachirlado final, ha quedado demostrado que lo del 3 por ciento (4, en realidad) no era una leyenda urbana ni una acusación al tuntún. Y eso da de lleno y sin remisión a la antigua Convergencia Democrática de Catalunya, convertida hoy, justamente para tratar de huir hacia adelante, en PDeCAT o, en su última versión electoral, Junts Per Catalunya, oséase, la formación o movimiento que ahora lidera el mismo Carles Puigdemont que en la época de autos no era precisamente un bedel del partido.

Siguiendo el manual al uso de los castos y puros, tal circunstancia significaría asumir la responsabilidad correspondiente, pedir perdón, y hacerse a un lado. Por supuesto, en esta ocasión no procederá. En mi cinismo, no lo denuncio. Solo lo apunto.

Lo que nos espera (2)

Nada que objetar a los reproches —cariñosos y menos cariñosos— de los lectores por el evidente lapsus en la columna de ayer. Ni media palabra de los diez misteriosos apoyos que le llovieron del cielo al dueto de hecho PP-Ciudadanos en la votación para pastelearse la mesa del Congreso. A falta de mejor opinión de mi inexistente psicoanalista, achaquen el olvido a la ansiedad prevacacional —ni se imaginan lo largo y cabrón que se me está haciendo el curso—, a que hay ciertas costumbres que ya no resultan sorprendentes, o quizá, al bochorno ante una actitud que no tiene defensa.

¿La de quién? Confieso que ahí me pillan. Supongo que cabe aplicar la presunción de inocencia a quien llega a sacar una nota asegurando no haber hecho lo que todos los indicios apuntan, pero háganse cargo de lo difícil que es creerlo. Hablando sin rodeos, cuesta un congo aceptar que ninguno de esos votos todavía apócrifos provino de las bancadas de PNV y/o Convergencia. O soy muy obtuso, o no hay otra explicación. Prometo que si alguien me la pusiera delante de la nariz, haría la correspondiente contrición.

A la espera, anoto aquí mi perplejidad y, un peldaño por encima, mi desazón. No veo la necesidad de andarse con estas niñerías. De entrada, es patético y al tiempo, revelador, que una cuestión así se dilucide mediante voto secreto. Es un modo de reconocer abiertamente que el reparto de los cargos de la mesa es materia oscura y sujeta al chalaneo. Resulta burdo prestarse, siquiera, a la confusión. Por lo demás, reconozcan las formaciones presuntamente perjudicadas su hondo alivio. Han encontrado la excusa que necesitaban.

Lo que nos espera

Primer balance tras la constitución de las nuevas cortes españolas: el PP ha recuperado la presidencia del Congreso. O quizá más llana y explícitamente, el PSOE la ha perdido. Ahí hay materia para una docena de conclusiones, y ninguna buena para las autoproclamadas fuerzas progresistas, de lo que ha cambiado desde las elecciones del 20 de diciembre a su repetición el 26 de junio.

Todavía no se puede decir que lo de ayer vaya a ser el menú degustación de lo que acabará ocurriendo con la investidura. Las sumas necesarias para uno y otro asunto son distintas y, por lo demás, la tozudez suicida de las posturas exhibidas hasta ahora empieza a oler a callejón sin salida, o sea, a tercera convocatoria. En todo caso, aplicando la lupa allá donde, por suerte para los partidos, no mira el común de los votantes, sí tenemos el trailer del culebrón que nos van a largar hasta que haya presidente o se disuelvan las cortes.

¿Más de lo mismo? Les diría que aun peor. Los cada vez menos novísimos han empezado a cumplir el mandato de Pablo Iglesias de  “convertirse en un partido normal” —cita literal, no me escupan a mi, believers de la cosa— a marchas forzadas. Como prueba primera, el birlibirloque de presentar un candidato y anunciar dos minutos antes del pleno que en segunda votación estarían dispuestos a retirarlo y a apoyar a Patxi López. Juego de triles que se suma a su grandiosa acusación a Convergencia, ERC, PNV (y supongo que a EH Bildu) de haber propiciado con su abstención la elección de Ana Pastor. Miren por dónde, estarían reconociendo que al rechazar a Pedro Sánchez en su día votaron a favor de Rajoy.

Durán abandona

La vida no es igual fuera del Palace. Cautivo, desarmado y sucesivamente humillado en las últimas contiendas electorales, Josep Antoni Durán i Lleida echa rodilla a tierra. 29 años después de vivir a cuerpo de sí mismo —ya quisieran algunos reyes— se baja del machito. Casualidad, que lo haga en el preciso instante en que no queda nada por roer del hueso. Habrá que reconocer, con todo, la habilidad para sacar petróleo de algo que no tenía más valor que su nombre. Como aquellos burgueses que se asociaban por vía inguinal con la aristocracia venida a menos para adornarse con un título, la nueva rica Convergència compró en su día la franquicia Unió para darse un barniz de democracia cristiana histórica con toque antifranquista. No salieron mal los adquiridos: siendo cinco o seis, como finalmente ha quedado demostrado, pillaron canonjías a tutiplén… hasta que se rompió el amor —o sea, el interés— de tanto usarlo.  Luego, lo uno llevó a lo otro. El fin de la alianza fue (o lo será, tanto da) el del partido fundado, casi nada, hace 84 años.

Escribo en caliente, así que desconozco las reacciones a la tocata y fuga. Sospecho que habrá alguna que otra encendida loa, como corresponde a un difunto, aunque solo sea político. Siento no poder sumarme. Creo, de hecho, que el mejor retrato del individuo está en una anécdota apócrifa que comparto con ustedes. Se cuenta que allá por los primeros 70, un grupo de catalanistas habían quedado para una reunión en una plaza. Solo faltaba nuestro hombre, que finalmente apareció saliendo de una iglesia. Al verlo, Miquel Roca sentenció: “Ahí viene Durán de engañar a Dios”.

Libertad de voto

El domingo pasado a mediodía las portadas digitales regalaban uno de esos titulares que a la hora de la merienda agonizan al fondo de la página. Raro que es uno, este es el minuto en que sigo dándole vueltas a lo que quizá a la mayoría de ustedes les parecerá una nadería. Aunque había varias versiones, el enunciado más común era este: “Unió concede libertad de voto a su militantes en la consulta del 9-N”. En el primer bote, se manifiesta una eterna duda que nadie me ha satisfecho a pesar de que llevo largo tiempo preguntándolo: ¿Qué es realmente Unió? Desde la distancia y, probablemente, el desconocimiento, a mi me suena a puro residuo histórico que sobrevive pegado a la chepa de Convergencia y que no obtendría más de tres concejales si abandonara el cómodo y generoso vientre que lo acoge. En muchos aspectos me recuerda a… Bueno, dejémoslo, que me lío y no les hablo de lo sustancial del entrecomillado, es decir, de lo de la libertad de voto a la militancia, cuestión que se extiende más allá de Unió. Que tire la primera piedra el partido que esté libre de pecado.

El partido… o los propios militantes, que se dejan tratar como ovejas. Si analizan la frase por el reverso, notarán que se da por supuesto que en otras circunstancias, los afiliados están obligados a votar lo que les manden, so pena de ser considerados ejemplares descarriados y exponerse al correspondiente comité disciplinario. Otra cosa es, siendo secreto el sufragio, cómo narices se va a identificar a los renegados que se atreven a desafiar el imperativo de la dirección. ¿Habrá policías de conciencia? Pues no lo descartaría.