El bipartidismo vuelve a ganar

Como no podía ser de otra manera, se ha consumado el pasteleo vergonzoso del bipartidismo rancio en la renovación del Tribunal Constitucional. Los cuatro magistrados de cuota, propuestos a razón de dos por cabeza, han sido refrendados en las soberanísimas Cortes españolas. Cuentan los titulares gordos, siempre dispuestos a entrar al trapo de rigor, que en la (ruborizante) votación telemática presuntamente secreta ha habido entre siete y once díscolos de las formaciones que apoyan al Gobierno de Pedro Sánchez. Se añade, como si fuera una muestra de rebeldía del carajo, que Arnaldo, el señalado como más facha de todos, ha obtenido algún respaldillo menos que sus compañeros de plancha. Tremendo logro, ¿verdad?

Vamos a ver cómo le decimos con cariño y con el debido respeto al diputado Odón Elorza y al resto de los versitos sueltos de aluvión que su autocacareada dignidad por haber seguido los designios de su conciencia es justo lo contrario de lo que predican. En plata, una muestra de indignidad como la copa de tres pinos. Si de verdad te parece mal que tu partido haya aceptado en una trapisonda a un furibundo hooligan con toga, lo que tienes que hacer es entregar el acta. Hay que ser cobarde y tener rostro para apoyar tu decencia en la certeza de que tus compañeros de sigla van a apechugar con el grueso de la decisión. En el caso del exalcalde de Donostia, ya huele el rollito de eterno enfant terrible, pero solo la puntita.

Por lo demás, si ha habido un triunfador, es el ínclito Arnaldo, que se ha hecho ungir por sus rivales ideológicos y los ha retratado como lo que son: una panda de ladradores que a la hora de la verdad no muerden.

Lo que nos espera (2)

Nada que objetar a los reproches —cariñosos y menos cariñosos— de los lectores por el evidente lapsus en la columna de ayer. Ni media palabra de los diez misteriosos apoyos que le llovieron del cielo al dueto de hecho PP-Ciudadanos en la votación para pastelearse la mesa del Congreso. A falta de mejor opinión de mi inexistente psicoanalista, achaquen el olvido a la ansiedad prevacacional —ni se imaginan lo largo y cabrón que se me está haciendo el curso—, a que hay ciertas costumbres que ya no resultan sorprendentes, o quizá, al bochorno ante una actitud que no tiene defensa.

¿La de quién? Confieso que ahí me pillan. Supongo que cabe aplicar la presunción de inocencia a quien llega a sacar una nota asegurando no haber hecho lo que todos los indicios apuntan, pero háganse cargo de lo difícil que es creerlo. Hablando sin rodeos, cuesta un congo aceptar que ninguno de esos votos todavía apócrifos provino de las bancadas de PNV y/o Convergencia. O soy muy obtuso, o no hay otra explicación. Prometo que si alguien me la pusiera delante de la nariz, haría la correspondiente contrición.

A la espera, anoto aquí mi perplejidad y, un peldaño por encima, mi desazón. No veo la necesidad de andarse con estas niñerías. De entrada, es patético y al tiempo, revelador, que una cuestión así se dilucide mediante voto secreto. Es un modo de reconocer abiertamente que el reparto de los cargos de la mesa es materia oscura y sujeta al chalaneo. Resulta burdo prestarse, siquiera, a la confusión. Por lo demás, reconozcan las formaciones presuntamente perjudicadas su hondo alivio. Han encontrado la excusa que necesitaban.