PP, comienza el mambo

Hagamos acopio de palomitas. La carrera sucesoria en el PP promete un divertimento con el que apenas hace un mes ni contábamos. La que ha liado el pollito Sánchez en el antiguo nido del charrán. Vistos los primeros escarceos, empieza a cuadrar incluso la prisa que se ha dado Mariano Rajoy para hacerse a un lado. Se diría que pone pies en polvorosa al estilo de Estanislao Figueras, aquel fugaz presidente de la primera república española que abandonó las cortes gritando “¡Me voy porque estoy hasta los cojones de todos nosotros!”.

Y qué rápido ha sido el zafarrancho de combate. Se ve que en cuanto el frío de la oposición entra por la puerta, la cohesión salta por la ventana. Todas las inquinas malamente contenidas por la vara de mando han reventado impúdicamente para goce de los malvados que disfrutamos asistiendo a la reyerta desde el palco.

Ni pestañear se puede, tal es el frenesí de los acontecimientos hasta ahora, con el primer cadáver político ya en la cuneta. Pobre Núñez-Feijoó, la gran esperanza blanca como la fariña que se ha tenido que borrar del mambo. Eso deja el centro del ring a las dos enemigas íntimas, Sáenz de Santamaría y Cospedal, que se van a atizar hasta en el cielo de la boca. Será divertido comprobar, desde este trocito del mapa, a qué bando se van apuntando las y los ilustres locales. Y para que nada falte, el tocapelotas de vuelta de todo García Margallo y el trepador Casado se apuntan a la refriega en calidad de supuestas comparsas. Pero ni eso está claro. Si repasan la bibliografía desde Suárez a Sánchez pasando por el mismo Rajoy, verán que más de una vez gana quien menos se espera.

Lo que nos espera

Primer balance tras la constitución de las nuevas cortes españolas: el PP ha recuperado la presidencia del Congreso. O quizá más llana y explícitamente, el PSOE la ha perdido. Ahí hay materia para una docena de conclusiones, y ninguna buena para las autoproclamadas fuerzas progresistas, de lo que ha cambiado desde las elecciones del 20 de diciembre a su repetición el 26 de junio.

Todavía no se puede decir que lo de ayer vaya a ser el menú degustación de lo que acabará ocurriendo con la investidura. Las sumas necesarias para uno y otro asunto son distintas y, por lo demás, la tozudez suicida de las posturas exhibidas hasta ahora empieza a oler a callejón sin salida, o sea, a tercera convocatoria. En todo caso, aplicando la lupa allá donde, por suerte para los partidos, no mira el común de los votantes, sí tenemos el trailer del culebrón que nos van a largar hasta que haya presidente o se disuelvan las cortes.

¿Más de lo mismo? Les diría que aun peor. Los cada vez menos novísimos han empezado a cumplir el mandato de Pablo Iglesias de  “convertirse en un partido normal” —cita literal, no me escupan a mi, believers de la cosa— a marchas forzadas. Como prueba primera, el birlibirloque de presentar un candidato y anunciar dos minutos antes del pleno que en segunda votación estarían dispuestos a retirarlo y a apoyar a Patxi López. Juego de triles que se suma a su grandiosa acusación a Convergencia, ERC, PNV (y supongo que a EH Bildu) de haber propiciado con su abstención la elección de Ana Pastor. Miren por dónde, estarían reconociendo que al rechazar a Pedro Sánchez en su día votaron a favor de Rajoy.

Podemos tiene aparato

Es lo que tiene inventar la gaseosa, que la presunta novedad dura lo justo y un simple titular actúa de delator. “La candidatura de Pablo Iglesias obtiene el 86,9 por ciento para dirigir Podemos”. Muy currado el porcentaje, para que no parezca ni que ha sido a la búlgara ni que hay una contestación interna preocupante ya de saque, pero en esencia, el mensaje del enunciado es inapelable: ha ganado el aparato. ¿No es eso lo que diríamos de cualquier otro nombre y otras siglas con una cifra semejante? ¿Por qué no ha de valer en este caso? Ah, ya, porque se trata de una formación diferente donde la participación se estructura de un modo que escapa a la ley de la gravedad y los pajarillos cantan, las nubes se levantan… Vístanlo como quieran, que lo del sábado en la Complutense seguirá siendo un congreso tan convencional como el que más, y si nos ponemos tiquismiquis, hasta con un toque rancio de asamblea universitaria de los setenta. Probablemente, algunos no lo sospechaban (y jamás lo admitirán), pero los famosos círculos son tan redondos como el aro por el que hay que pasar incluso para derribar el sistema, voltearlo, o darle una mano de pintura.

Tampoco deberían tomárselo a la tremenda. No hay nada de vergonzante en tener un aparato y una disciplina. Tales cosas existen, más o menos visibles, en todos los partidos y allá donde fallan, catacrac. Pase que se haga de nuevas cualquiera de los miles de seguidores entusiastas. Los de la cúpula, empezando por el gurú, tienen doctorados en la materia. Saben perfectamente que en una organización política la horizontalidad es vertical. También en esta.

De profesión, pensador

Cada vez resulta más incomprensible que todo esté tan mal, con la cantidad de eruditos que tienen la receta infalible de la felicidad universal. Dieciocho de ellos se juntan de una tacada a partir de hoy en Bilbao, bajo el auspicio bienhechor del mecenas López. Si hace unos días soltó 300.000 leureles de las inagotables arcas públicas para traer, entre otros prodigios de la lira, a Imanol Arias o Juan Echanove a un festival poético con menos seguimiento que la carta de ajuste del Canal Natura, es de esperar que haya sido igual de generoso en el alquiler de la masa gris más florida y granada entre el Volga y el Misisipi. Y será por ínfulas, que pudiendo haber titulado el sarao “A ver si se nos ocurre algo” o “Vamos a darle una vueltilla a la cosa”, lo han bautizado “Ideas para cambiar el mundo”.

Se me dirá, seguramente con razón, que debería arrodillarme y lustrar con mi lengua el suelo que pisan los excelsos cráneos convocados al evento. Sin rubor reconozco que tengo en alta estima a varios de ellos —a otros no los había oído nombrar en mi vida, tan bruto soy— y que encuentro brillantes algunas de sus reflexiones. Pero luego los veo en el programa de mano o en la nota de agencias presentados como “reputados” o “prestigiosos” pensadores y corro instintivamente a calzarme la armadura. Simplemente, me chirría que el pensamiento se convierta en profesión y salvoconducto para ir de feria en feria, de bolo en bolo, contando a los lugareños cómo deberían ser las cosas y cómo no son. Repitiendo los mismos chistes, hoy en Patxinia, mañana en Helsinki, pasado en Matalascañas.

Todo eso, además, sin perder de vista quién los recluta y para qué. La gran maldición de la intelectualidad, incluso de la que se proclama más libre, es que está sujeta a caché. En eso no se diferencian de Bisbal, y los inspiradores gintonics van ya a doce y hasta catorce napos. Y claro, quien paga pide algo a cambio

Y ahora, un congreso

Con casi siete meses de retraso, aquel tren en el que Patxi López se hizo una foto que lo perseguirá de por vida llega a su destino. Triste y pobre destino, un apeadero de quinta con apariencia de congreso, esa cosa que lo mismo sirve para reunir a acólitos de Amway, expertos en lo que sea a tanto el minuto o estomatólogos legañosos subvencionados por una multinacional farmacéutica. Que tire la primera piedra el que esté libre del pecado de haber organizado (o participado en) uno o varios. Cuando se clausuran, pasa el día y pasa la romería. Se devuelve el pinganillo de la traducción simultánea, se guarda la bolsa y la carpeta serigrafiadas para regalar a un amigo o familiar, los periodistas recogen los focos, las cámaras, las grabadoras y las libretas llenas de garabatos, y ya nadie más se acuerda.

Curiosa paradoja, que ese olvido vaya a caer también sobre este happening que en su enunciado lleva la palabra “Memoria”, seguramente una de las más manoseadas de nuestro limitado vocabulario. No menos llamativo, que el otro apellido sea el igualmente sobado término “Convivencia”. Ya hemos visto, sin siquiera empezar el sarao, qué gran ejemplo de tolerancia y disposición al entendimiento nos han dado los queridos-odiados socios enganchándose en público por la invitación a alguien que el PP (lean ahí Basagoiti) considera un poco demasiado terrorista para su gusto. El episodio, no obstante, nos da la clave sobre lo que se sacará en limpio de todo esto: la enésima escenificación cuidadosamente guionizada del inminente divorcio de los que necesitan llegar con el certificado de soltería a las elecciones.

Lo demás, casi nada con sifón. Los sin duda interesantes testimonios de algunos de los ponentes darán para media docena de titulares resultones y hasta para algún reportaje emotivo… que desgraciadamente despertará una atención limitada porque —he ahí el quid— ahora estamos a otras cosas.