La ética de Toña

En ese papel de latigadora que sus asesores aún no le han dicho que le va fatal y lo pone en práctica peor, Arantza Quiroga le espetó al lehendakari en sede parlamentaria que en lo sucesivo, cualquier cargo del Gobierno puesto en entredicho pediría que se le aplicase “la ética de Toña”. Aludía la (artificialmente) encocorada presidenta del PP vasco al dictamen de la comisión correspondiente que había concluido que dos y dos son cuatro. Es decir, que el intento de convertir al recién nombrado Consejero de Empleo en el que mató a Manolete, además de cantar la Traviata a oportunismo ramplón, no colaba y, en consecuencia, no existía el menor desdoro en que el aludido ocupara el cargo público para el que había sido legítimamente elegido.

Ya en el mismo instante en que escuché a Quiroga hablar de “la ética de Toña” con ánimo descalificador y tono de desprecio, me dio en pensar lo positivo que sería que estuviera más extendido el sistema de valores que rige la conducta del consejero. Me refería, sobre todo, a su actuación en el caso por el que lo habían querido crucificar, pero este domingo en los diarios del Grupo Noticias encontré el refuerzo definitivo para mi buena impresión. En un aparte de la entrevista donde avanzaba las líneas básicas de su gestión, [Enlace roto.]. A la muerte de sus padres, con los que le unía una íntima amistad, se había hecho cargo de los dos hermanos del joven, que entonces estaba huido. Una vez detenido y encarcelado, también se comprometió con él. Ojalá cundiera la “ética de Toña”, ¿no creen?

Ventajas del córner

Sería allá por 2005 o 2006, cuando el gobierno tripartito catalán se había convertido en gran diana cavernícola, superando en inquina —quién lo iba a decir— al ejecutivo que lideraba Ibarretxe en la pérfida Vasconia. En aquel bancal abonado con los peores detritus germinó una especie de mutua de presuntos agraviados, tipos todos con un ego del quince, que fue bautizada como Ciudadanos de Cataluña. Primero se inscribió en el registro como plataforma cívica, que era la moda del tiempo, para ascender un ratito después a partido político. Entre medio, una paradójica traducción del nombre a la lengua cuya supuesta hegemonía aplastante denunciaban con acompañamiento de sapos y culebras.

Aunque en la tenida abundaban ilustres resentidos, fue Arcadi Espada el que ganó la guerra de codos y ejerció como cara visible y portavoz en cap de la cosa en los momentos iniciales. Era su magna persona y ninguna más la que había que solicitar para las entrevistas, así que nos pusimos a la cola. Con un nombre tan sospechoso como Radio Euskadi y cargando con el aura de emisora oficial de los secesionistas norteños, no resultó tarea fácil que el amateur departamento de prensa nos atendiera. Y tampoco ayudaba que el que iba a hacer de interrogador fuera el cabrito con pintas que había parido el Cocidito, que empezaba a tener cierta fama entre los disolventes catalanes. Sin embargo, quince o veinte llamadas después, lo conseguimos.

La charla fue un anodino ping pong hasta la pregunta final. “Señor Espada, a pesar de todo lo que dicen, ustedes no viven demasiado mal en esa Catalunya que tan duramente critican, ¿no es cierto?”, disparé a bocajarro. Esperaba un desmentido rotundo, pero mi interlocutor se sinceró: “Es que, si sabes montártelo, en el córner se vive muy bien”. Invadido por la perplejidad, despedí educadamente la entrevista. Aquel día aprendí —y hoy comparto con ustedes— las ventajas del córner.