Oigan, así, entre nosotros, ¿no va siendo hora de abandonar las sobreactuaciones y los rasgados de vestiduras de plexiglás en este psicodrama del quítame allá esta acreditación académica? O de eso, o justamente de lo contrario: situado el nivel donde está, a la altura del tobillo moral, ponemos fuera de la circulación política a todo quisque que no tenga el armario libre de este o aquel cadáver. ¡No me joroben! ¿Me están diciendo en serio que hasta la fecha se chupaban el dedo y ahora les resulta un escándalo intolerable descubrir que los másteres —no solo los de la Rey Juan Carlos, ojo— están sujetos a un mamoneo entre el mercantilismo desorejado y el nepotismo con balcones a la calle? ¿Acaso acaban de descubrir que nueve de cada diez tesis doctorales, aparte de ser truños infumables que aportan una mierda al caudal del conocimiento, son un refrito de refritos o el resultado de varios fusilamientos intelectuales sin piedad ni rubor?
Ni por el forro esperaba que el trabajo de doctorado de una medianía como el actual inquilino de Moncloa fuera la rehostia en bicicleta. Sin necesidad siquiera de leer el resumen —Abstract, creo que lo llaman en la jerga de los miccionadores de colonia—, ya imaginaba que era una amalgama de cortapegas con o sin comillas, exactamente igual que sus tuits o sus discursos. Y jamás se lo tendría en cuenta, como tampoco nadie le montó ningún pollo a Adolfo Suárez porque su única lectura fuera la novela Papillon. Seré raro, pero si hay que buscarle las cosquillas a Pedro Sánchez, prefiero hacerlo, por ejemplo, por haberse comido con patatas su palabra de no vender 400 bombas a Arabia Saudí.