Desidia parlamentaria

Cada cual tiene sus rarezas. Lo mismo que hay quien se levanta al alba para corren (practicar running, perdón) bajo la lluvia con un frío que pela o quien ve cada capítulo de Juego de tronos una docena de veces, a mi me da por seguir los debates de Política General en el Parlamento Vasco. Por trabajo, es verdad, puesto que me tocará desmenuzar lo que se ha dicho, pero también —y cada vez, más— por vicio. Por alguna razón que deberá analizar el psicoanalista al que ni voy ni iré, disfruto una hueva escudriñando las evoluciones de nuestras y nuestros representantes públicos en los escaños, el atril o, incluso, los pasillos y la tribuna de invitados, que a veces es donde están los que de verdad mueven el cotarro.

De la sesión del pasado jueves, anoto la endeblez en forma y fondo de alguno de los portavoces, el resabio casi abusón de otros y lo artificioso de quien habla con la esperanza de ser escuchado en Madrid. Curioso (o ya no) que desde según la bancada que se ocupe, se puedan arrojar a la misma persona calificativos radicalmente contrapuestos. Y luego estuvieron, cada uno para una tesina sobre la condición humana, los besos, las carantoñas, los apretones de manos cálidos o de hielo, las miradas severas, cómplices o indiferentes, los gestos de aburrimiento, alguna siesta subrepticia o el rato del recreo reivindicativo o así.

Claro que si he de elegir el resumen y corolario de la sesión —y no soy el primero que lo escribe—, me quedo con la mezcla de desidia y falta de cintura que revela responder a una propuesta nueva con las palabras de réplica que se traían escritas de casa para otro discurso.

¿Qué nos preocupa?

Del inútil romper de olas del último pleno de política general en el parlamento vasco, sólo ha quedado la espuma del conejo penitenciario que sacó de la chistera Patxi López. Habrá que reconocer esta vez a sus discursistas la maña para convertir en noticia, trending topic y materia para el blablablá lo que no es más que una voluta de humo. Primero: lo del cumplimiento de las penas en el lugar de arraigo de los penados está desde hace un rato en la legislación; otra cosa es que no se cumpla. Segundo: como se ha recordado profusamente, la cámara de Gasteiz ya pidió hace catorce años esa obviedad. Tercero y fundamental: ni López, ni el Gobierno en funciones de Madrid que dice avalarlo, ni mucho menos un candidato que va a palmar tienen la menor posibilidad de llevar a la práctica la cuestión.

Ahí se debería haber terminado la vaina, pero como se trataba de un charco facilón, nadie ha resistido la tentación de revolcarse. Objetivo cumplido: el resto de lo que se dijo en el maratón parlamentario se fue por el desagüe, empezando por las cosas de comer, es decir, las que tienen que ver con la economía. Lo de la preocupación por la crisis empieza a oler a pose y a conversación de ascensor. Qué mal estamos, esto se hunde cualquier día, dónde iremos a parar, uy, perdón, que este es mi piso, me bajo aquí, hasta mañana.

¿Por qué esa parte, la de la pasta, que ocupó varios turnos de palabra (aunque fueran, en general, vacíos), no llegó a los titulares gordos ni a los editoriales? En la respuesta —yo no la sé, lo confieso— está la explicación de cómo nos luce el pelo o, peor, de cómo nos lucirá cuando la cosa se ponga todavía más jodida. En todo caso, es muy sintomático que cada vez que tenemos una oportunidad de mirar de frente al toro, encontremos una excusa para no hacerlo. Y aun es más revelador que esa excusa nos la proporcione quien, por lo menos nominalmente, gobierna este país.