Para que no haya dudas —aunque las habrá igualmente; conozco a mis clásicos—, empezaré diciendo que las imputaciones que pretende cargarle a Pablo Iglesias el juez García-Castellón suenan un congo a paja mental de su señoría. Díganme si no lo aprecian en este fragmento del auto, cuando el togado califica los hechos como una “consciente y planificada actuación falsaria desplegada por el señor Iglesias con su personación, fingiendo ante la opinión pública y ante su electorado haber sido víctima de un hecho que sabía inexistente, pocas semanas antes de unas elecciones generales”. Ya me contarán cómo carajo se va a probar que lo que movió al líder de Podemos fue hacerse el mártir para rascar votos. Tiene toda la pinta de que este fuego de artificio quedará en humo.
Por lo demás, en el momento procesal actual, Iglesias no es culpable de nada. Ni siquiera presunto culpable. Será el Supremo quien determine si procede imputarlo (o investigarlo, según la jerga nueva). ¿A que el principio es de cajón? Debería, pero ya saben que no. Solo se aplica cuando los pleitos afectan a los intocables. Cualquier otra persona sobre la que se emprende una acción judicial es automáticamente culpable. Es la eterna doble vara. Por cierto, este juez tan malvado es el mismo que instruye el caso Kitchen. Denle una vuelta.