Puede ser por la astenia de enfilar el fin de curso o tal vez por la sensación plomiza de haber visto la película doscientas veces, pero la barrila a cuenta de Kutxabank me aburre tres congos y pico. Barrila, sí, eso he escrito. Como en tantísimos asuntos, aquí no hay lugar al debate sosegado con argumentos que se oponen a otros argumentos. Es una pura derrama de consignas intencionadamente toscas que buscan convencer por las tripas y no por la masa gris. Por descontado, la adhesión es obligatoria e inquebrantable. O conmigo o contra mi. Lo de menos es entender de qué va la vaina. Y aquí es donde me toca confesar que no debo de ser ni la mitad de listo que los que se andan cruzando exabruptos.
Para empezar, me llena de perplejidad haberme enterado, cuarenta y pico años después de que mi padre me abriera una libreta infantil con cien pesetas en la Caja de ahorros vizcaína, de que durante todo ese tiempo he sido cliente de una entidad pública. Ni sospecharlo, oigan, aunque imagino que ha tenido que ser mayor la sorpresa de los empleados, que ahora están recibiendo la primera noticia de su condición de funcionarios. ¿Que no es exactamente así? ¿A qué viene, entonces, denunciar no sé qué privatización? Quizá si no se intentara trampear demagógicamente el lenguaje, resultaría más fácil prestar atención a los razonamientos.
Del mismo modo, la receptividad sería mayor si uno tuviera la certeza de que la pelea es por algo que ha importado alguna vez a los que enarbolan briosamente las pancartas. Sería muy divertido y altamente revelador comprobar en qué banco están domiciliadas según qué nóminas.