El PSE tenía que haber ganado por quince traineras las elecciones del 22-M, convirtiendo a PNV y Bildu en excrecencias anecdóticas de interés exclusivo para folcloristas. Lo que pasa es que las vascas y los vascos del compartimento autonómico somos imbéciles. Votamos al tuntún y al día siguiente, cuando vemos el mal causado por nuestra ligereza, nos tiramos de los pelos y caemos de rodillas, arrepentidos de haber dejado tres cuartos de país en manos subversivas que lo someterán al terror y a la barbarie.
No me miren con esa cara, que la idea no es mía. El argumento de esta peli de serie Z lleva el copyright del pomposo Gabinete de Prospecciones Sociólogicas del Gobierno López, que tras la monumental bofetada que arrearon las urnas a sus huestes, perdió el orto para buscar una excusa a los calamitosos resultados. Mira que era fácil ir a un par de bares, preguntar a los paisanos y enterarse de que el personal está hasta la tonsura de unos tipos que, además de atizarles rojigualdas por doquier, les han despedazado la sanidad, la educación y, en general, la economía.
En lugar de eso, que habría sido más barato, la churrería de las encuestas se cascó una teléfonica para averiguar si, vistas las criadillas al morlaco, la plebe inculta estaba satisfecha de haber votado lo que votó o de haberse abstenido. Lo mejor es que un 94 por ciento se reafirmó. El porcentaje de teóricos arrepentidos era una menundencia que no habría cambiado nada. Ese era el titular que cualquier investigador serio habría ofrecido, pero no era útil para la causa justificatoria, así que se vendió la mercancía contando que 150.000 vascos cambiarían su sufragio o su abstención. Para votar al PSE en masa, por supuesto.
La conclusión de la trola venía a ser la que citaba al principio: que somos una panda de tontos de baba. Está claro que ellos nos toman por tales. De ahí que pensaran que nos tragaríamos esa filfa. Pues no cuela.