Lo que preocupa

La respuesta está en el último CIS. Y no, por supuesto que no me refiero a la parte de tiovivo electoral, con subeybajas cocinados al gusto del encuestador, o sea, de quien controla el gabinete demoscópico presuntamente público. ¿El ascenso estratosférico de Ciudadanos? Meno lobos. Invito a quien tenga humor y tiempo a comprobar cuántas veces el CIS —o cualquier otro barómetro— ha acertado con los naranjitos, da igual prediciendo que se salen del mapa o que se hostian. Ya se lo digo yo: las mismas que en los sorpassos de Podemos al PSOE, es decir, cero.

Por eso digo que no es en esa parte entretenida para las tertulias o los onanismos mentales donde debemos fijarnos. Me parece mucho más relevante el capítulo de lo que la población percibe como principales problemas. Ahí comprobamos ya que inmediatamente después del comodín del paro se ha situado lo que en el cuestionario aparece como “La independencia de Catalunya”. Aparte de que el enunciado da para una tesis —¿Se da por hecho que ya se ha consumado, quizá?—, nos encontramos ante una perfecta y perversa mezcla de causa y consecuencia. Es lo que explica y al tiempo justifica la actuación del Gobierno español.

Haber conseguido que la preocupación tape las otras, empezando por la corrupción, es el primer triunfo. El segundo, más jugoso si cabe, es que esa inquietud de los ciudadanos es traducible en comprensión hacia las medidas más contundentes que se tomen contra los que son identificados como causantes del quebradero de cabeza. ¿Intervención del autogobierno? ¿Cárcel? ¿Huida? Lo que sea, con tal de acabar con lo que quita el sueño a los españoles.

Peaje a la vista

Voy dándome por jodido. El ayuntamiento de la ciudad —perdón, villa— donde trabajo ha empezado a sembrar el maíz para cosechar, andando no mucho tiempo, un peaje a los vehículos que penetren en su perímetro. En fino, se llama crear el contexto. Primero, un titular regalado a un medio escogido para ir calentando las barras de bar. Luego, un par de “Bueno, eso lo estamos pensando” o “Es un debate abierto en muchos lugares” soltados aquí o allá por parte del locuaz concejal del ramo y/o algún portavoz autorizado del gobierno municipal bipartito. Y, de momento, lo último, el lanzamiento de una encuesta mastodóntica (en Google Docs, se lo juro) en la web municipal para que vecinos y foráneos se pronuncien sobre la cosa… después de haber echado la tarde poniendo puntitos en las mil y una casillas del kilométrico interrogatorio. Presidiendo la pantalla, junto a un bucólico logotipo con un viandante, un ciclista, un autobús y un arbolito, el pomposo acrónimo PMUS, o sea, Plan de Movilidad Urbana Sostenible. Sonoridad y vaciedad en relación directamente proporcional.

Como no tengo paciencia para completar el cuestionario, desde aquí le comunico a quien corresponda que mi humilde C-4 invade las lindes capitalinas a las 4.55 de la madrugada de los días laborables. Me acompañan en la oprobiosa incursión un puñado de conductores y conductoras con la legaña puesta y aún sin ánimo siquiera para ciscarse en los muertos de los tocapelotas semáforos de Juan Garay. Les juro por lo que me digan que si a la intempestiva hora que les indico me ponen el transporte público que sea, yo les ahorro la presencia de mi carro.

Los vascos somos tontos

El PSE tenía que haber ganado por quince traineras las elecciones del 22-M, convirtiendo a PNV y Bildu en excrecencias anecdóticas de interés exclusivo para folcloristas. Lo que pasa es que las vascas y los vascos del compartimento autonómico somos imbéciles. Votamos al tuntún y al día siguiente, cuando vemos el mal causado por nuestra ligereza, nos tiramos de los pelos y caemos de rodillas, arrepentidos de haber dejado tres cuartos de país en manos subversivas que lo someterán al terror y a la barbarie.

No me miren con esa cara, que la idea no es mía. El argumento de esta peli de serie Z lleva el copyright del pomposo Gabinete de Prospecciones Sociólogicas del Gobierno López, que tras la monumental bofetada que arrearon las urnas a sus huestes, perdió el orto para buscar una excusa a los calamitosos resultados. Mira que era fácil ir a un par de bares, preguntar a los paisanos y enterarse de que el personal está hasta la tonsura de unos tipos que, además de atizarles rojigualdas por doquier, les han despedazado la sanidad, la educación y, en general, la economía.

En lugar de eso, que habría sido más barato, la churrería de las encuestas se cascó una teléfonica para averiguar si, vistas las criadillas al morlaco, la plebe inculta estaba satisfecha de haber votado lo que votó o de haberse abstenido. Lo mejor es que un 94 por ciento se reafirmó. El porcentaje de teóricos arrepentidos era una menundencia que no habría cambiado nada. Ese era el titular que cualquier investigador serio habría ofrecido, pero no era útil para la causa justificatoria, así que se vendió la mercancía contando que 150.000 vascos cambiarían su sufragio o su abstención. Para votar al PSE en masa, por supuesto.

La conclusión de la trola venía a ser la que citaba al principio: que somos una panda de tontos de baba. Está claro que ellos nos toman por tales. De ahí que pensaran que nos tragaríamos esa filfa. Pues no cuela.