Bronca menor

He contemplado entre la curiosidad y la perplejidad ma non troppo la crisis en la Secretaría de Paz y Convivencia del Gobierno Vasco, asunto que, no nos engañemos, revestía cierto interés solo para periodistas y políticos. Al resto de los administrados, que difícilmente ubicarían cuatro o cinco nombres de consejeros, les resultan absolutamente ajenos los protagonistas de esta tormenta en un vaso de agua. Divertida ironía, teniendo en cuenta que, a la vista de los comportamientos y las declaraciones, lo que sea que haya pasado ha tenido su tanto que ver con los egos. La otra gran paradoja, rondando el estrambote, es que en un organismo que se llama como se llama y que tiene los objetivos que tiene se haya vivido un conflicto para el que bien poco ha servido la metodología al uso. Un posible aprendizaje para quien estuviera dispuesto a asumirlo sería que entre el dicho y el hecho hay una distancia mayor que la aparente y que muchos teoremas quedan de cine en el papel, pero se estrellan en la práctica. Aprovecho para repetir otra vez que a la paz y la convivencia les sobran escuadras, cartabones y tiralíneas y les falta hundir los zapatos en el barro real.

Las demás lecciones son aun de menos fuste. El Gobierno podría tomar nota de la escasa utilidad de marear perdices o de silbar a la vía cuando surge un problema, máxime si hay quien aguarda con la lupa cargada para hacer un Everest de una tachuela. Los que van con la defensa de las víctimas en astillero, mejor si se cortan un poco, que al cacarear dejan expuesto todo el plumero. Y como corolario, lo obvio: no hay nadie imprescindible.

Trayectorias

Qué enorme pereza, cuando se está con el bullarengue para pocos ruidos, volver a echarse al coleto titulares del pleistoceno. “Urkullu pone a un ex edil de HB en un cargo para tratar con las víctimas”. “Un batasuno dirigirá el área de Paz y Convivencia del Gobierno vasco”. “La AVT corta con Ajuria Enea por fichar a un ex batasuno para la Paz”. Eso, allá al fondo del búnker, pero en la zona del kiosco donde supuestamente canta menos a rancio, esto otro: “Un ‘abertzale’ para gestionar la memoria de las víctimas del terrorismo”. Y a modo de ilustración sandunguera, sendas caricaturas de Urkullu y Erkoreka caracterizados como dantzaris y marcándose un aurresku sobre la tumba de una víctima de ETA, cuánta chispa.

Lo bueno, que es con lo que debemos quedarnos, es que tal conjunto de regüeldos ya no vende una escoba. Pasan con más pena que gloria entre las páginas plagadas de chanchullos y manganzas y, si es el caso, dan el alpiste justo para que cuatro bocabuzones llenen diez minutos de las cada vez más desangeladas tertulias del córner diestro. Creo, de hecho, que ahí está la noticia: por aqueste lado y por aquelotro los de los extremos se han quedado en raquítica y patética minoría. Ladren, pues, y sigamos cabalgando, que bastante jariguay tenemos entre los que avanzamos por la zona de teórico encuentro de diferentes.

Si hay un reto, es que no la jorobemos los que compartimos los cuatro principios de cajón sobre cómo pasar a la siguiente pantalla del videojuego. Lo demás es tan complicado y simple a la vez como ir haciendo camino sin prisa y sin pausa. En esa tarea le doy mucho valor a estos nombramientos que tanto han escocido a los pintureros dinosaurios. No solo al de Jonan Fernández, que es mucho más que el daguerrotipo chusco y simplista al que han querido reducirlo, sino también a los de Txema Urkijo y Mónica Hernando. Sus trayectorias les avalan y no dejan ningún lugar a la duda.