Los coches autónomos de Google prosiguen, lentos pero seguros, evolucionando hacia una futura integración en las carreteras de todo el planeta. Hasta que ese día llegue, sin embargo, hay algunos detalles que aún necesitan ser pulidos.
Uno de ellos es la velocidad. El que siempre se desplacen a la velocidad permitida para cada vía hace que, paradójicamente, los conductores «humanos», acostumbrados a ser más «flexibles» con los límites de velocidad, no dejen de chocarse con ellos; esa ha sido la causa mayoritaria de accidentes con coches de Google en las pruebas realizadas con tráfico real hasta el momento. Ello ha llevado a que se estén planteando el modificar el algoritmo, de modo que el coche pudiera saltarse el límite de velocidad de manera puntual, para poder mantener la fluidez del tráfico a su alrededor.
Sin embargo, no es el único problema. Los coches autónomos tienen problemas cuando las condiciones meteorológicas cambian; sobre todo, con la lluvia. La razón es simple: las cámaras que incorporan para guiarse tienen problemas para enfocar las gotas, objetos en movimiento y demasiado pequeños. La solución de Google ha sido dotar a los sensores de sistemas de limpieza, además de la mejora de la calidad de los propios sensores para ser capaces de «ver» a través de esas condiciones cambiantes. Por supuesto, algunas de las reacciones instintivas de los conductores humanos en estas situaciones, como reducir la velocidad, hacer giros más abiertos en lluvia o nieve, etc, han de ser «enseñadas» a estos nuevos coches.
Hasta el momento, el mecanismo de seguridad de estos coches es que, en condiciones meteorológicas demasiado extremas, el coche se detiene y espera a que las condiciones mejoren o a que un humano tome el control. Obviamente, esto no es lo que Google busca; en estos momentos, están acumulando experiencia de conducción en condiciones extremas (nieve, hielo, ventiscas, lluvias intensas, etc) para garantizar que el mal tiempo no frene a sus coches.