Andamos tarde para salvar la sanidad pública. De hecho, me temo que ya hace mucho tiempo que la perdimos entre la grande polvareda, como cuenta el romance que ocurrió con el tal Don Beltrán en Roncesvalles. Puede que las privatizaciones que vienen sean las más salvajes y las más desacomplejadas en sus planteamientos, pero no son las primeras. Ni las segundas. Ni las terceras. Es más, si hacemos un recorrido histórico por los sistemas sanitarios públicos de nuestro entorno —digamos España, digamos sur de Euskal Herria—, veremos que aunque la titularidad y la gestión hayan estado en las administraciones, su modelo y su funcionamiento han atendido siempre a intereses privados casi al ciento por ciento.
No diré que no ha habido un cierto margen de maniobra para que los ministerios o las consejerías decidiesen sus políticas sobre salud. Sin embargo, las líneas maestras, que no eran precisamente rojas, venían y vienen marcadas por las grandes corporaciones. Son ellas las que dictan el tipo de medicina que se oferta (tremendo verbo, lo sé) hoy en día en esta parte del mundo, una en la que los pacientes han sido convertidos en clientes. Hasta las enfermedades y sus tratamientos parecen depender de modas que, a su vez, vienen determinadas por el puro negocio.
Esa es la palabra clave, negocio, porque estos poderosos entes controlan cada uno de los elementos que intervienen en el proceso. Son ellos los que suministran el carísimo equipamiento con el que nos diagnostican, que siempre tiene que ser el último que han puesto en el mercado. Por descontado, también son los proveedores de los fármacos que se nos recetan, a veces como si fueran caramelos. Aunque sean nuestros impuestos los que sufragan todo eso, no resulta muy apropiado seguir hablando de sanidad pública. Las manos que mecen la cuna son privadas, muy pero que muy privadas. Y a partir de ahora, sospecho, más todavía.
Si ese dinero de nuestros impuestos se invirtiera en Atención Primaria, en los Médicos de Familia, se solucionarían muchos de nuestros problemas: La prevención, nos ahorraría miles de millones de euros.
Este cambio de mentalidad en Sanidad no haría ganar miles de millones a muchas compañias farmaceúticas, es cierto, en la batalla al final acaba ganando una Medicina Especializada y que mira no al individuo sino a la enfermedad, y aveces superespecializada, deshumanizada por completo.
En Osakidetza desde los tiempos de Azkuna, se defendió la sanidad como un derecho público de gestión privada.
Y no ha cambiado.
No se va a arreglar con penalización económica,a los que estan enfermos, sino con educación sanitaria, pero así nos va con una población infantil con obesidad…ya cas preparados para su diabetes, hipertensión e infarto.
En fin…