Llevo unos días, no sabría precisar cuántos, que a la vuelta de cada esquina mediática no paro de darme de morros con ese tipo con aspecto de yerno perfecto que atiende por Albert Rivera. En cualquiera de los formatos que se les ocurra. Si no es en el moribundo papel, es en versión digital, en magazines de radio de variado pelaje, o en cualquiera de las cien mil tertulias televisivas, igual en las progresís que en las fachunas. Cual si hubiera accedido al don de la ubicuidad, ahí está el cansino fulano vendiendo su moto ante obsequiosos compañeros de mi gremio que le despliegan la alfombra y se las ponen como a Fernando VII.
Palabra que no soy dado en absoluto a las teorías de la conspiración, pero ante tal bombardeo y tan contumaz, empiezo a sospechar que hay en marcha una Operación Ciudadanos. ¿Con qué objetivo? Eso ya no lo tengo tan claro. A primera vista, se diría que se trata de construir un antídoto contra la emergencia imparable de Podemos. Plagiando descaradamente, por cierto, la fórmula que ha llevado al éxito fulgurante a la formación de los círculos.
Según las encuestas, que a saber si son cebos o estudios medianamente creíbles, la cosa está funcionando bastante bien; cuarta o quinta fuerza, y subiendo. Donde me pierdo es en si los potenciales votantes de la cosa se los arramplarían a Pablo Iglesias, como parece la intención de los que nos meten a Rivera hasta en la sopa, o saldrían de otros caladeros. Estaría por apostar que, aparte del mordisco al chiringuito infecto de Rosa de Sodupe, no pocos vendrían del PP o de lo que le reste al PSOE. O sea, un pan como unas hostias.
La «Operación Ciudadanos» tiene el precedente de la «Operación Podemos». La una parece dirigida a menguar a fuerza del PSOE en el futuro pacto nacional con el PP. La otra parece buscar el efecto opuesto.
Ambas operaciones han conseguido aplacar la Hessel-indignación y toda posibilidad de debate sobre la necesidad de un cambio de sistema. Podemos inmoló en Vistalegre toda opción de cambio social al optar por una estructura de partido centralizada y buscar cotas de poder a corto plazo. Así se ha imposibilitado un proceso de empoderamiento real de los ciudadanos, que sólo podría materializarse a medio plazo en la autonomía del ámbito local y mediante el afianzamiento de la participación ciudadana.
;el tablero de juego se perpetua en la enésima reformulación del capitalismo.
…bueno, que es lo que a mi me ha venido a la cabeza al leer tu texto.
Ni lo dudes, Javier,….el boom propagandistico en favor del falangista coincide con las estadisticas que dispone la Casta de que PODEMOS es una real probabilidad de Gobierno….Es un desesperado intento de recoger a los votantes del PP asqueados encaminándoles al redil de reserva de la Casta, la de Ciudadanos.
Tengo entendido que en la presentación de su programa económico con el economista Luis Garicano estaban P.J. Ramirez y Agata la del apellido largo en primerísima fila. Eso ya de por sí dice bastante. Imagino que el dueño de El Español ya tiene juguete para promocionar.
Y al final son partidos de estos pelajillos: Cidadanos, Ciutadans, o UPyD los que hacen que las mayorías en los Parlamentos sean unos u otros ( Ya tiene narices!)
Pero siempre con sus paradojas amargas: su campaña es que les voten las personas que están quemadas por los partidos políticos, y para ellos hacen un partido político.
Además de los bancos de votos PP y PSOE, quiénes cogerán el banco de votos de los que no votan?
Los votos de los que no votan son siempre para los mismos: Para los ganadores, que consiguen más proporción por no contar la abstención en el reparto de escaños. Incluso la mayoría absoluta está más cerca por los que no votan o votan inválido: Actualmente, con un 35 % de abstención, el 51% de los votos válidos es equivalente a un 33,15 % del electorado. Eso, antes del reparto de escaños, que por la Ley D’hont se beneficia también a los partidos grandes. Que lo sepan los que «pasan». El partido con mayoría absoluta gobierna con sus votantes y con los abstencionistas.