Aclaro de saque que tengo la peor de las opiniones sobre Susana Díaz. Basta escuchar su cháchara ramplona durante cuarenta segundos para estar seguro de que no tiene ni pajolera idea de prácticamente nada. Su errático y pinturero discurso da, siendo generosos, para animar una de esas excursiones en autobús que en realidad son un cebo para vender baterías de cocina o apartamentos en multipropiedad. Pero por esas cosas de la llamada democracia que es casi mejor no pararse ni a analizar, ganó las elecciones del pasado 22 de marzo con una holgura considerable. Su partido, el PSOE, le sacó 14 escaños al PP, 32 a Podemos, 38 a Ciudadanos y 42 a la desbaratada Izquierda Unida. Una sucesión de palizas inapelables. Cabe, en efecto, argumentar que las formaciones perdedoras reúnen en conjunto mayor representación, pero hay que tener pelendengues para hacerlo en serio, sabiendo que estamos hablando de aquella famosa suma de Ana Botella de peras, manzanas… y hasta algún níspero.
Esas fuerzas no van a construir, bajo ninguna circunstancia, una alternativa de gobierno. Por tanto, impedir que se nombre presidenta a la candidata de la lista sobradamente más votada, aun cuando lo permita un reglamento chapucero, es literalmente joder por joder. Vestirlo con presuntas nobles intenciones como la lucha contra la corrupción es, además de una triquiñuela burda, un sarcasmo. De propina, también es una muestra de la vieja y rancia política que dos de los partidos que mantienen el bloqueo —Podemos y Ciudadanos— dicen combatir. Y lo peor es que dentro de unos días, uno, otro o los dos darán marcha atrás. Apuesten algo.
Aunque estoy de acuerdo en el final (en lo de la marcha atrás cantada) y en que el juego no sería igual si no estuvieran en plena campaña de municipales, no tengo claro qué parte alícuota de culpa le corresponde a cada uno de los del litigio andaluz.
De entrada Sor Susana (seguro que es o fue monja hipocritona) se montó su tinglado a medida adelantando la convocatoria y se dedicó a hacer amigos repartiendo mandobles para todo quisqui. No sé si erró en el cálculo triunfal, pero lo cierto es que necesita que los que fueron apaleados le echen un cable. Lo lógico es que tocaría negociar y eso significa dar algo, pero ella también está enrocada en su posición de sobrada y no suelta mosca.
La marcha atrás llegará, pero todos incluyendo a Susanita tendrán que dar algún pasito patrás. Digo yo.
Si será vieja esta política que ya lo cantaban Gaby-Fofo-Miliki y Fofito:
«Susanita tiene un marrón…»
Pero este no es chiquitín.
Pido perdón; pero es que no me he podido resistir.