Miren, pues por una vez, les diré que no estuvo tan mal Rajoy al anunciar con nocturnidad y alevosía el cese del siniestro José Ignacio Wert y su sustitución por el gachó que tenía más a mano. Por supuesto que es una desconsideración del quince, amén de la enésima muestra de prepotencia mariana y la medida bastante exacta de la mierda que le importan al tipo los ciudadanos de los que sigue siendo presidente nominal. Pero como eso ya está descontado a fuerza de desparpajuda insistencia —recuerden el nuevo plasmazo para dar cuenta de los cuatro retoques en el PP—, me parece que el triste tuit a deshoras y la nota de prensa monda y lironda son un modo muy adecuado de comunicar la tocata y fuga del peor ministro de Educación, Cultura y Deporte (no sé si me dejo algo) que se recuerda en decenios en territorio hispanistaní. Y miren que los ha habido malos.
Incluso añadiría que hubo pompa de más. A la inmensa mayoría de sus administrados, es decir, de sus damnificados, les habría bastado un ya era hora, un anda y que te den o un ahí te pudras con peineta y butifarra adosadas. Solo como desfogue, claro, porque no queda ni el consuelo de pensar que se lo cepillan por su acreditada ineptitud entreverada de chulería. El individuo se las pira un cuarto de hora antes de que acabe la legislatura, y lo hace por su propio pie para engancharse a otro momio y, de paso, contentar los bajos. Deja, entre otras herencias ponzoñosas, esa cagarruta cósmica llamada LOMCE, también conocida para ensanchamiento de su narcisismo onanista como Ley Wert. Sería una bonita revancha que jamás de los jamases llegara a aplicarse.