Censura en Donostia 2016

La capacidad de pegarse tiros en el pie de Donostia 2016 empieza a ser digna de estudio. Desde que era una idea recién parida por el entonces alcalde y hoy verso suelto a tiempo completo, Odón Elorza, hasta estas largas vísperas de la clausura, no ha dejado de acumular broncas, bronquillas y broncazas. Casi todas ellas, además, absolutamente innecesarias. Tanto, que la sucesión de rifirrafes invita a una suerte de teoría de la conspiración: ¿no será que lo están haciendo adrede para que se hable de un evento que en sí mismo —no nos engañemos— interesa a locales y foráneos poco tirando a nada?

Sí, suena a desvarío paranoico, pero no menos, me van a reconocer, que el motivo de la última zapatiesta. Oigan, que hablamos de censura abiertamente reconocida y justificada por los responsables ejecutivos y políticos de la cosa. Se admite sin el menor rubor que se han retirado equis obras de una exposición de arte realizado en centros de reclusión porque las firman presos o expresos de ETA, y eso podría “ofender a las víctimas del terrorismo”. ¿Por el contenido? ¡No, por la mera autoría!

Por las propias características de la muestra, es bastante probable que tras el resto de los trabajos haya asesinos, pederastas, violadores, políticos corruptos… La lista de posibles agraviados es amplia. Yo mismo me incluiría en ella, si no fuera porque en realidad me importa una higa lo que se pueda exhibir en una feria de manualidades creadas, no dudo que con toda ilusión, en talleres ocupacionales. De hecho, lo que de verdad me asombra y me irrita es que nos lo cuelen como arte. Y más aun, que lo censuren torpemente.

Hasta nunca, Wert

Miren, pues por una vez, les diré que no estuvo tan mal Rajoy al anunciar con nocturnidad y alevosía el cese del siniestro José Ignacio Wert y su sustitución por el gachó que tenía más a mano. Por supuesto que es una desconsideración del quince, amén de la enésima muestra de prepotencia mariana y la medida bastante exacta de la mierda que le importan al tipo los ciudadanos de los que sigue siendo presidente nominal. Pero como eso ya está descontado a fuerza de desparpajuda insistencia —recuerden el nuevo plasmazo para dar cuenta de los cuatro retoques en el PP—, me parece que el triste tuit a deshoras y la nota de prensa monda y lironda son un modo muy adecuado de comunicar la tocata y fuga del peor ministro de Educación, Cultura y Deporte (no sé si me dejo algo) que se recuerda en decenios en territorio hispanistaní. Y miren que los ha habido malos.

Incluso añadiría que hubo pompa de más. A la inmensa mayoría de sus administrados, es decir, de sus damnificados, les habría bastado un ya era hora, un anda y que te den o un ahí te pudras con peineta y butifarra adosadas. Solo como desfogue, claro, porque no queda ni el consuelo de pensar que se lo cepillan por su acreditada ineptitud entreverada de chulería. El individuo se las pira un cuarto de hora antes de que acabe la legislatura, y lo hace por su propio pie para engancharse a otro momio y, de paso, contentar los bajos. Deja, entre otras herencias ponzoñosas, esa cagarruta cósmica llamada LOMCE, también conocida para ensanchamiento de su narcisismo onanista como Ley Wert. Sería una bonita revancha que jamás de los jamases llegara a aplicarse.

De culturas y contratos

Invitada en las ondas genuflexas a tirar penaltis sin portero, la consejera de cultura se adornó en uno de los lanzamientos con una paradiña al estilo Daniel Ruiz Bazán, inolvidable 7 del Athletic que nos dejaba el vello como escarpias cada vez que se disponía a patear desde el punto fatídico. “Tenemos que ser tanto vascos como…”, dejó en suspenso la frase Blanca Urgell, y cuando toda la grada la había completado mentalmente con el gentilicio que también ustedes están imaginando ahora, salió por inesperadas peteneras: “…mundiales”, remató, mandando el balón a las nubes. Y aún así, el gol subió al marcador, porque desde Arrigorriaga a Vladivostok se entendió lo que había querido decir la medio volante del Gobierno López que, por si cupieran dudas, segundos antes había hecho esta finta dialéctica de ensueño junto al baderín de córner: “Euskadi no puede ser una especie de parque temático de la cultura vasca”. ¡Ra, ra, ra!, se escuchó rugir al fondo sur.

Con eso quedábamos liberados de la necesidad de tirar de lupa para ver la letra pequeña del pomposo “Contrato ciudadano por las culturas” que, cual corleonesca oferta imposible de rechazar, quiere el ejecutivo transversal que firmemos con el pulgar entintando. Decían que la URSS eran cuatro siglas y cuatro mentiras, y este invento va por ahí. Tres palabras, tres trolas. No es “contrato” porque no se puede negociar, lo de “ciudadano” huele a milonga que echa para atrás, y ya lo de las “culturas”, así, en plural de buen rollito, da más miedo que cuatro Estados de alarma y dos de excepción promulgados en el mismo BOE.

El público elige

La buena noticia de todo esto es que tampoco acarrerará grandes efectos prácticos sobre la tal ciudadanía, que tiene la costumbre de abrevar culturalmente donde su sed la da a entender y no en los aljibes oficiales con sello y subvención gubernamental. La prueba es que las anteriores políticas en la materia, esas supuestamente reduccionistas, etnicistas y ombliguistas, no han evitado que Arturo Fernández llene los teatros de Bilbao o Donostia mientras notables obras en euskara juntaban dos docenas de espectadores en el patio de butacas.

En el último caso citado, ¿la culpa era de las instituciones que las promovían o del público que optaba por la lencería y el astracán? Si acabamos siendo tan cosmolitas como proponen López, Basagoiti y Urgell en su “contrato” y preferimos a Chenoa antes que a Maddi Ohienart no será porque lo ha dispuesto una mayoría parlamentaria. Los gustos son personales e intransferibles.

Chillida-Leku tiene futuro

Cada titular periodístico encierra una mentira en potencia y muchas veces, dos. No vean retorcidas intenciones u oscuras consignas, que haberlas, haylas; en la mayoría de las ocasiones es la necesidad de atrapar al tiempo la realidad y la atención de los lectores en media docena de palabras lo que nos convierte en involuntarios Pinochos. “La crisis cierra Chillida-Leku”, coincidían ayer, variante arriba, variante abajo, casi todos los periódicos, tanto los que se editan a tiro de piedra de Hernani como los que tienen plaza a quinientos kilómetros. Subrayemos el par de trolas posibles. O mejor, pongámoslas entre interrogantes, por aquello del beneficio de la duda. ¿La crisis? ¿Cierra? Vayamos por partes.

La crisis, ¿eh? Claro, quién va a ser, sino ese ectoplasma malvado sin domicilio conocido y, por tanto, ideal para cargarle cada mochuelo caído del peral. Qué más da si los planteamientos de negocio o las gestiones son manifiestamente mejorables. Si, dentro de la faena que es bajar la persiana, se tiene la suerte de hacerlo en tiempos de zozobra económica, siempre cabrá salvar la honrilla aferrándose al comodín del público. Incorpórea por naturaleza, la tal crisis no podrá nunca levantar el dedo y negar su culpa. Para qué, si la tiene de todo, incluído el fracaso de las utopías, según estamos viendo.

¿Definitivo?

Segundo posible embuste inconsciente: cierra. ¿Seguro? ¿Es una decisión firme e irrevocable, como desgraciadamente suele ser cada anuncio que afecta, pongamos, a cualquier empresa de doscientos currelas de Encartaciones o la misma Donostialdea? Llámenme suspicaz, pero me da que estamos ante la versión inversa de la profecía autocumplida, es decir, la que se lanza justamente para evitar el apocalipsis que se vaticina. Hay varias instituciones concernidas, de signo político diverso, además. Aunque sólo sea por el qué dirán, ya verán cómo se pelean por pagar la ronda y aparecer en la foto final como los valedores del sueño del escultor. Mejor que no sepan que estos gestos no dan los votos que imaginan.

Conclusión: Chillida-Leku saldrá de ésta. Veremos -eso parece impepinable- cómo echa el candado en enero y el ERE, la parte más dolorosa de todo esto, va a misa. Luego, allá por la primavera, a las puertas de la temporada alta y de las elecciones, resurgirá de sus cenizas. Si en el interín se hacen las cosas medio bien, los nietos de nuestros nietos lo conocerán en pie y los titulares resultones de ayer dormirán en las hemerotecas el plácido sueño de las verdades incompletas.