Apenas hemos cumplido una semana del Trumpazo, y ya podemos certificar que ha dado lugar a una especie de género literario propio. Con honrosas excepciones, la mayoría de las piezas consiste en un encadenado infinito de sapos y culebras, con el aderezo de barateros y contradictorios teoremas sobre las causas de la tragedia. En no pocos casos, las melonadas son de antología. Así, cierta individua echaba pestes del machismo estadounidense que imposibilitaba poner en la presidencia a una mujer dos tuits antes de afirmar que Bernie Sanders, que tiene pito, habría sido mejor candidato que Hillary Clinton.
En una línea similar de coherencia a la remanguillé, los plañidos en zig zag de no pocos conspicuos progresís. Abren la cháchara afirmando que la izquierda tiene que rescatar a sus votantes de las garras de la ultraderecha populista, y en el siguiente párrafo se lían a ciscarse en las muelas de la masa ignorante, insolidaria y fascistoide. “Analfabetos políticos que han incurrido en un acto de criminal irresponsabilidad”, los motejó el cid de la intelectualidad fetén, John Carlin.
Lo divertido o, según se mire, tremebundo es que buena parte de estas evacuaciones de superioridad moral no se paran ahí. Con la carrerilla cogida, pisan la línea de fondo imaginaria y dejan caer que la Democracia —nunca sé si poner la palabra en mayúscula o en minúscula— quizá no debería estar al alcance de todo el mundo. De momento, no lo dicen así, pero sí van sugiriendo con creciente desparpajo la necesidad de buscar el modo para que sobre los asuntos trascendentes —los que dicen ellos, claro— decidan solo los que saben.
¿Tiene límites la democracia? Rotundamente: SÍ. Yo sé, no es que lo presienta, es que lo SÉ, que si se someten a referéndum derechos humanos básicos, estos irán por la ventana.
Más allá, la demagogia siempre funciona. No digamos chorradas, lo hace. Prometer el paraíso cuando se salga de la UE o hacer «que América sea grande otra vez», son chorradas sin fundamento que sientan bien tanto a esas clases acomodadas que no quieren «gente marrón» cerca como a unas clases empobrecidas que necesitan creer en alguna solución mágica…
Por mucho que una mayoría de electores diga un día que el cuadrado es redondo, no lo será. Por mucho que Trump prometa volver a poner las manufacturas en tierra patria de la suya, no ocurrirá. No te confundas, cuando se prometen soluciones milagreras desde la izquierda ocurre lo mismo. No basta con «subir impuestos a los ricos» o «subir pensiones» sin saber qué puñetas vamos a hacer con ello.
El consuelo que me queda: el castañazo del demagogo Trump será igualito que el castañazo del demagogo Tsipras.