Mi sueño más húmedo últimamente consiste en entrar a un bar y encontrarme a dos o tres paisanos discutiendo con fruición sobre el proyecto de nuevo estatuto vasco. O estatus, que, la verdad, no tengo ni idea de cómo he de llamarlo. Me valdría como fantasía, por supuesto, que la conversación animada tuviera lugar en la cola de la caja del súper, en la parada del autobús o a la salida del colegio de los churumbeles. Pero, nada, no hay manera. Cuando pongo la antena en uno de esos sitios, la cháchara va, en el mejor casos, del chaletón de la pareja mandarina de Podemos. Y si soy yo el que saco el tema, no se imaginan las miradas de estupor. Conclusión: la peña (por lo menos, la de los ecosistemas que servidor frecuenta, pasa un kilo y medio de la elaboración del compendio de principios y normas que regirá sus vidas para bien, para mal o para regular.
Palabra que no lo anoto para que agarren una llantina las y los entusiastas representantes de la ciudadanía que llevan estas últimas semanas en una especie de Bizancio, aplicando lupa de cien aumentos a cada palabra o, sin más, tirando de bocachanclada —¿eh, Sémper?— solo con el preámbulo. Simplemente, lo dejo caer porque podrían aprovechar que casi nadie mira para desterrar las zarandajas partidistas y dejar a las próximas generaciones un texto solvente que, con todo lo incompleto que seguramente será, facilite la convivencia de una sociedad que, por lo demás, tiene probada una enorme sensatez. A estas alturas, solo a una minoría le va a escandalizar la inclusión de determinadas palabras o conceptos. Nación o derecho a decidir, por poner dos ejemplos.
Me vas a permitir. Es normal que a los seres humanos nos cueste ver siquiera un pelín más allá del inmediato ruido de nuestras vidas. Puede que ahora sea cosa de los medios de comunicación, las RRSS, etcétera. Pero antes era el cotilleo de la plaza: que si el apero de labranza se había ido al garete, que si tal o pascual sería un buen partido o si había sitio en la flota de camino a América.
Lo que debería de importar es tener líderes que fueran capaces de pensar un poco más allá de la siguiente elección. Pero de esos hay pocos y, a veces, parecería que es más casualidad que otra cosa que hagan tal cosa.
Ah, hablando de que solo a una minoría le dan urticaria las palabras «nación vasca con derecho a decidir»… quizá sea momento de ser honestos y que «nos la sopla lo que les pase a los asesinos» también es algo que comparte una gran mayoría.