Principio de realidad

Mi animal mitológico favorito empieza a ser el nuevo estatus vasco. Y cuando digo vasco, quiero decir de los tres territorios de la demarcación autonómica. El baño de realismo empieza por ahí. Si nos diera por ampliar el espectro a Nafarroa, y no digamos a Iparralde, nos encontraríamos con la aritmética totalmente en contra. Como a la fuerza ahorcan, quienes no hace tanto se enrocaban en el Zazpiak bat o nada acabaron cayéndose del guindo y aceptando que cada trocito del mapa tiene sus ritmos. Eso, claro, haciendo precio de amigo y no reventando del todo el globo de la ilusión, porque si somos una gotita sinceros con nosotros mismos, sabemos perfectamente que pueden pasar decenios antes de que en el norte el soberanismo deje de ser incontestablemente minoritario. En cuanto a la Comunidad foral, y sin negar los avances de los últimos tiempos, la correlación de fuerzas sigue siendo favorable a lo que hemos dado en llamar unionismo.

Resumiendo, la única posibilidad de emprender el camino hacia Ítaca pasa por encontrar un acuerdo amplio en la CAV. ¿Acaso no era lo suficientemente amplia la mayoría que sumaban PNV y EH Bildu en el acuerdo inicial? De cara al objetivo perseguido, no, salvo que pretendiéramos excluir a una porción enorme de la sociedad a la que decimos escuchar. En cualquier caso, y como nos enseña para bien o para regular el ejemplo catalán, no estamos ante una cuestión de puras matemáticas. Qué va, ni siquiera de justicia. Aunque pensemos que la razón está de nuestra parte, el terreno de juego es el que es. Se impone actuar con pragmatismo. Y mejor hacerlo ahora que dentro de otros quince años.

Del Burgo delburguea

Lo penúltimo que sospechaba este servidor, y miren que soy malpensado por naturaleza y vocación, es que de entre todos los dinosaurios del parque jurásico popular, el PP vascongado rescataría a ese caradura parraplas (y a veces, hasta simpático) que responde por Jaime Ignacio del Burgo. La elección del provocador profesional en calidad —es un decir— de experto jurista para la elaboración del futuro estatuto vasco se antojaba la prueba del gamberrismo politiquero que desde hace bastante caracteriza a esa fuerza residual que es la partida de la gaviota en Euskadi. Van, dicho pronto y regular, a joder por joder, lo cual les pasará factura. Es decir, seguirá pasándosela, que no por nada los ahora liderados por el intrépido Alonso llevan casi cuatro lustros cuesta abajo en la rodada.

Resulta especialmente triste de esta vaina que una de las sensibilidades que, con toda legitimidad, caben en la pluralidad vasca vaya a tener a un excéntrico como representante en la comisión de entendidos que deben redactar la nueva carta fundamental de los tres territorios. Supongo que el PP calcula que le renta más ir cosechando titulares de regüeldo, como el penúltimo que el requeté recauchutado dejó —aquí nada es por casualidad— en el mismo Diario de Navarra que lideró mediáticamente el golpe de 1936 y la represión que vino después. Entre otras melonadas, en la entrevista-alfombra Del Burgo hijo —les invito a documentarse sobre el papel de su padre en el franquismo— escupió que “el PNV se ha beneficiado de la actividad de ETA”. Se comprende que los jeltzales se enfaden, pero casi deberían agradecer el autorretrato del fulano.

Como alemanes en Mallorca

Con la salvedad de una docena de plumillas y políticos a los que no les queda otro remedio, no conozco a nadie que tenga un conocimiento mínimo sobre la ponencia del Parlamento vasco para la elaboración del futuro estatuto de los tres territorios. Que sepan de su existencia o les suene levemente es ya un triunfo. Y si vamos al interés que despierta la cuestión, nos situamos entre el bostezo y la ceja enarcada. Lo consigno sin ninguna gana de provocar el llanto a quienes piensan que el conjunto de principios y normas que regularán nuestra convivencia le importa —por lo menos en el momento presente— un cuarto de higa al personal, que bastante tiene con llegar a fin de mes, encontrar aparcamiento cerca de la playa o decidir si le apetece más un vermú o una caña.

Con semejante panorama como contexto, se agradece que los representantes públicos se esfuercen para que el asunto tenga algún relieve en la agenda informativa. Una palmadita en la espalda, pues, para la secretaria general de los socialistas vascos, Idoia Mendia, que el otro día rescató del trastero de nuestra Historia reciente la (poco afortunada) frase de Xabier Arzalluz sobre el trato que recibirían aquellos que no se considerasen vascos en una hipotética Euskadi independiente. “Como alemanes en Mallorca”, dijo Arzalluz, sin sospechar que tropecientas lunas después, la martingala serviría para conseguir un titularcete de saldillo. Y eso va por Mendia, que resucitó la frasecilla a modo de exabrupto para acusar a su socio de gobierno —¡oh, yeah!— de pretender hacer tal cosa con los vascos que no se sientan españoles. Ella y todos sabemos que es mentira.

Sobre el nuevo estatuto

Mi sueño más húmedo últimamente consiste en entrar a un bar y encontrarme a dos o tres paisanos discutiendo con fruición sobre el proyecto de nuevo estatuto vasco. O estatus, que, la verdad, no tengo ni idea de cómo he de llamarlo. Me valdría como fantasía, por supuesto, que la conversación animada tuviera lugar en la cola de la caja del súper, en la parada del autobús o a la salida del colegio de los churumbeles. Pero, nada, no hay manera. Cuando pongo la antena en uno de esos sitios, la cháchara va, en el mejor casos, del chaletón de la pareja mandarina de Podemos. Y si soy yo el que saco el tema, no se imaginan las miradas de estupor. Conclusión: la peña (por lo menos, la de los ecosistemas que servidor frecuenta, pasa un kilo y medio de la elaboración del compendio de principios y normas que regirá sus vidas para bien, para mal o para regular.

Palabra que no lo anoto para que agarren una llantina las y los entusiastas representantes de la ciudadanía que llevan estas últimas semanas en una especie de Bizancio, aplicando lupa de cien aumentos a cada palabra o, sin más, tirando de bocachanclada —¿eh, Sémper?— solo con el preámbulo. Simplemente, lo dejo caer porque podrían aprovechar que casi nadie mira para desterrar las zarandajas partidistas y dejar a las próximas generaciones un texto solvente que, con todo lo incompleto que seguramente será, facilite la convivencia de una sociedad que, por lo demás, tiene probada una enorme sensatez. A estas alturas, solo a una minoría le va a escandalizar la inclusión de determinadas palabras o conceptos. Nación o derecho a decidir, por poner dos ejemplos.

‘Plan Urkullu’

Les va la marcha a los papeles volanderos del ultramonte hispanistaní. Hay que tener muy sucia la mente para ver en la propuesta que el PNV ha presentado en la ponencia de autogobierno del Parlamento vasco una hoja de ruta a la catalana. Plan Urkullu lo han bautizado, no les digo más, y hablan de secesiones para pasado mañana. Por fortuna, ya tenemos la mili hecha en estas garitas de la exageración y el exabrupto, así que hasta resulta divertido contemplar el espectáculo de la fachunda anunciando un apocalipsis que solo está en sus calenturientas cabezas. Viven de la bronca, especialmente de la territorial y/o identitaria, y por eso ceban cada gorrinillo que les sale al paso.

Pues aquí van dados los histéricos cavernarios del foro y, con ellos, los restos de serie del PP local que se han amorrado al pilo —no le pega nada el papelón, señor Sémper— de independencias y autodeterminaciones imaginarias. “Ya quisiéramos”, estarán pensando muchos lectores a los que les encantaría romper mañana mismo y por las bravas con España, pero el documento jelzale no va por ahí. Es más, ni siquiera se acerca a tal planteamiento la propuesta de EH Bildu, caracterizada por un posibilismo de la talla XXL, impensable hace solo un par de semanas. ¿Que se habla de capacidad de decisión, de profundización del autogobierno y de blindaje de las herramientas propias? Nos ha jodido mayo, solo faltaría que se renunciara a lo básico.

Es ahí donde les duele a los pescadores de río revuelto. Esperaban una subida al monte y tienen unas propuestas muy razonables con el respaldo de tres cuartas partes del parlamento. Eso da miedo.