Me preguntan hasta qué punto es noticia o materia de columna y/o tertulia que una actriz abandone una red social después de una mala experiencia. Dependiendo de los casos, intuyo entre los signos de interrogación curiosidad genuina o mal disimulada antipatía por la protagonista del incidente, a la que se arrumba flojera de espíritu por no saber encajar una buena manta de hostias gratuitas. A los segundos les dedico mi sonrisa más socarrona antes de mandarlos a esparragar. A los primeros, a los que de verdad plantean el asunto como asunto para la reflexión, empiezo devolviéndoles la pregunta: ¿Noticia, comparándola con qué?
Quiero decir que si hacemos un somero repaso de la infinidad de chorradas que alcanzan las portadas o entran en los menús de las diversas francachelas opinativas, el episodio de la claudicación de Bárbara Goenaga me parece un asunto de suficiente envergadura para dedicarle unos párrafos. Más allá de la anécdota concreta y hasta de los nombres propios implicados, la sucesión de hechos supone un retrato muy preciso de los tiempos que nos toca surfear. ¿También de las pérfidas redes sociales? Pues fíjense que sin negar que cada vez son estercoleros más hediondos, diría que en sí mismas no deben considerarse las culpables últimas de la derrama de bilis incesante. Son los humanos que las utilizan quienes ponen el vitriolo y la ponzoña. Desde luego, con la ayuda de los gestores de las plataformas —Twitter, Facebook y demás—, que no acaban de poner coto a los incontables hijos de la peor entraña que las usan para provocar incendios por pura maldad, porque sale a cuenta o por lo uno y lo otro.
A mí la llegada de esos escaparates del narcisismo donde la gente expone lo que desayuna, sus vacaciones, sus novios y novias y las gracietas de sus mascotas, es decir, las redes sociales, me llegaron ya muy mayor, por eso desconozco la pelea entre la Sra. Goenaga y la Sra. Varela.
Dicho ésto, me gustaría puntualizar que son muchas las sentencias que hablan de lo que una mujer pública (sin eufemismos) pareja de un hombre público (idem) tendrá que soportar, precisamente por la condición de «públicos».
La Sra. Goenaga es muy libre de estar en Twiter o no estarlo, de abrirse una cuenta o cerrarla (a mí siempre me han gustado más los medios privados para conectarme con mis amigos) .
Cuando salimos a la calle sin paraguas cuando está lloviendo, lo normal es que nos mojemos. Y no me refiero con ésto a su pareja ni a la Sra. Goenaga, sino al twiter como medio («el medio es el mensaje» que decía McLuhan, que algo sabía de ésto).
Si, además, en la pelea ¿barriobajera? participa otra persona pública, no creo que tenga más importancia que el insulto generado en un bar entre dos parroquianos tras una discusión sobre si es mejor Messi o Cristiano y que termina con el fatídico desenlace de que uno de los dos deja de acudir a ese bar.
Discúlpame, Javier, pero yo soy de los que procuran no leer ni escuchar «la infinidad de chorradas que alcanzan las portadas o entran en los menús de las diversas francachelas opinativas»… y creo que eso nunca puede ser un argumento.
Un saludo