Doscientos idiotas en un botellón en Artxanda. Salen en estampida al llegar la Ertzaintza. No todos. Un puñado de ellos se quedan y se encaran con los agentes. Que si no son terroristas, que a ver dónde pone que está prohibido quedar con los amigos a socializar. Leo en el diario de la acera de enfrente que, incluso, hay una enfermera de 25 años que se viene arriba y suelta una docena de mentecateces. Me muerdo las yemas de los dedos para no escribir que manda narices con la generación más preparada de todos los tiempos o la que dispone de más medios de acceder a la información. Sería, por añadidura, una generalización injusta. Les puedo presentar a un buen montón de chavales y chavalas en esa edad crítica que hacen todo lo posible y más por no expandir el bicho. Al precio, eso tampoco se me pasa por alto, de tener la juventud aparcada en el arcén de la pandemia.
Eso, sin contar que pasarse las recomendaciones por el forro no es una cuestión de renovaciones de carné. Son incontables los memos talluditos que se apelotonan en los bancos públicos con un café en vaso de parafina comprado en el bar de enfrente, que se agolpan en los merenderos a compartir tortilla, fumeque y fluidos o que salen a corretear o bicicletear en manada porque las normas son solo para los pardillos que tratamos de cumplirlas.
Asín semos.
La estupidez es algo constante en todas las edades, credos, afiliaciones politicas, etc.
Teoria de Carlo Maria Cipolla.
Por una vez, voy a señalar las buenas noticias: estamos bajando en casos y acumulados. Hemos esquivado, por esta vez, el confinamiento domiciliario.
El problema es que nos está dando por «salvar la navidad». Y eso significa la tercera ola para enero, febrero y marzo. Luego puede que empecemos a ver el uso masivo de la vacuna.
Ah, y yo sí voy a ser de los primeros en ponérmela cuando pueda. Es curioso que «es que no conocemos los efectos secundarios» no se aplique a los efectos de un virus que se ha llevado ya a un millón de personas por delante y sí a las vacunas.
Qué tal marcarles con un sello permanente en la frente que ponga CUIDADO, SOY TONTO DEL TODO.
Así evitaríamos el contacto con ellos.
El que una enfermera de 25 añitos sea tan poco profesional, acojona y que con 25 añitos haga botellón, deprime.
Quienes cumplimos con las limitaciones tenemos derecho a reclamar más hostias y menos pedagogía con los tontos de esta clase.
Muy difícil arreglo tiene viendo la insensatez de mucha gente , Me parece a mí que si no nos confinan no hay manera , Es triste pero es lo que hay . Si finalmente las.vacunas tienen éxito tendremos que seguir lidiando con los anti vacunas a los cuales yo no les dejaría compartir espacios como los transportes públicos ,colegios y de más . Nos pusieron las.vacunas de la tuberculosis ,polio , viruela y a otros muchísimos la anti tetánica y gracias a ellas no enfermamos los que tuvimos la suerte de ponérnoslas pero murieron muchísimos antes de su existencia .
No hay nada que pueda justificar estos comportamientos incívicos durante una pandemia, y menos la edad.
Los botellones «camperos» cosas de jóvenes pasan a ser botellones de «salón» a medida que se cumplen años y aumenta el poder adquisitivo.
Hemos visto antes y durante de esta crisis sanitaria, calles abarrotadas de personas de todas las edades, dándole al frasco con alegría mientras los futuros adultos del mañana ven en la borrachera callejera la «verdadera» socialización.
Estos últimos seguirán el orden establecido ya durante muchos años, es decir, botellón y poteo.
La idiotez no se cura con la edad, sino se acentúa.
Podíamos educar a los niños desde casa que es donde se debe empezar a hacer.
El problema es, quien educa al educador.
Cualquiera diría que nos mandan al frente con el fusil….¡.que triste! Si eso pasara… las guerras de Gila se quedaban en nada en lo esperpéntico, visto el compromiso del personal.