Aunque se le atribuye a Churchill, no fue el excesivo estadista británico sino alguna brillante persona anónima la que profetizó que los fascistas del futuro se llamarían a sí mismos antifascistas. Los nuestros, en concreto, que además le tienen que poner el toque vernáculo, se presentan como antifaxistak. Y tal cual han tenido el cuajo de firmar las vomitivas pintadas que han hecho en los centros de Bizkaia que acogen a refugiados ucranianos. Las fechorías que ellos consideran gestas incluyen una hoz y un martillo cruzados (cuyo significado no distinguirían del de una onza de chocolate) y la Z que los matarifes rusos han convertido en símbolo de sus masacres. Hace falta ser malnacido para plantarse en el lugar de acogida de quienes han tenido que escapar de su país con lo puesto y pintarrajear las consignillas del genocida. ¿Qué estaríamos diciendo (qué estarían diciendo estos mismos miserables) si algún tarado llenase de mierda islamófoba las paredes de albergues o pisos donde viven provisionalmente refugiados sirios?
Lo triste es que ni siquiera puedo decir que me sorprenda. Tenemos sobradas muestras de la perversidad de buena parte de los que, insisto, encima tienen los santos bemoles de presentarse como punta de lanza de la lucha contra la extrema derecha. En el caso que nos ocupa, la villanía y la amoralidad adquieren dimensiones cósmicas. Ya no es que miren hacia otro lado o que contemporicen. Qué va. Es que se dan el curro de hacerse con unos esprais y recorrer las calles en busca de los alojamientos de las víctimas de la carnicería rusa para hacerles saber que están con el causante de su tragedia. Ascazo.
Repito lo dicho en el blog vecino sobre lo mismo.
Las pintadas en los accesos a los lugares de acogida de refugiados estremece, pone la piel de gallina.
Incluso en la más «benévola» de las hipótesis, esto es; que sean unos simples indigentes neuronales (eso seguro) sin adscripción ni organización alguna, esas pintadas llevan en sí mismo una impronta de maldad, de crueldad, que asusta.
No descarto nada sobre la posible autoría. Pueden ser, como decía, simples cretinos rebosantes de miseria, rabia y frustración al contemplar cada día sus mierdas de vidas.
Tampoco es descartable que, respondiendo al mismo perfil, tengan además adscripción ideológica de extrema derecha hispánica.
Imagino que desde la izquierda abertzale, también señalada como posible cuna ideológica de los «pintores», se apresurarán a apuntarse a esta tesis de la ultraderecha.
Argumentarán que lo demuestra el intento de señalamiento al comunismo y alegarán que Putin es cualquier cosa menos comunista.
Pero debería preocuparles que haya una buena parte de la sociedad a la que no le parece para nada inverosímil que sea cosa suya o que incluso lo crean lo más probable.
Primeramente porque pese a sus ansias por pasar páginas sin que el personal se detenga en leerlas (algunas; con otras páginas del pasado siguen erre que erre) sabemos que durante décadas han inoculado ese modus operandi, ese matonismo, esas prácticas mafiosas en varias generaciones y es posible que algunos lo echen de menos.
Segundo…porque algunos de sus miembros, pasados los disimulos iniciales, van subiendo el tono y mostrando sin complejos su posición en todo esto.
Para muestra, una columna que se puede leer hoy en Gara que firma José Manuel Castaños «Txiki» como «militante de la izquierda abertzale» y en la que, en esencial, viene a llamar «nazi hijo de puta» a Zelenksi , lo último con todas las letras, emulando a Kissinger.
Hablan de 10.000 muertos sólo en Mariupol. Y yo me creo esa cifra pero en GARA prefieren, como dice Larry, insultar a Zelenski. El cacao mental que tiene una parte, quiero suponer, de la IA con la muerte es preocupante. Se arman mucho lío con la utilidad política de los muertos. Por mediación de una chavala de allí sé del infierno vivido en Ivankiv contado de primera mano. Y no ha sido castigada esa zona tanto como otras. Pero lo que me cuenta mi «ahijada» es tan brutal que me da un miedo de narices que un día los que llaman hijo de puta al presidente ucraniano tengan poder en Euzkadi. Al menos tanto miedo como los del otro supuesto extremo ideológico. La banalización de la muerte no es algo nuevo y parece que regresa con mucha fuerza. Anasagasti dice que sólo aciertan cuando rectifican, pero ya es demasiado tarde.
El discurso de cierta gente sobre este conflicto es calcadito a la justificación de la violencia de género («ya sabes cómo se pone») o sexual («si no fueras provocando…»). Con sesudísimos análisis sobre si Krushev regaló Crimea, eso sí.
Al final, es simple. Han decidido que los «valores burgueses» no les sirven, y aplaudirán a cualquiera que se los cargue. Trump, Putin, Assad. Qué más da.
Quienes son capaces de hacer estas pintadas, no merecen ser catalogados política o ideológicamente. Sencillamente hay que considerarlos trastornados mentales. Y como tales, valorar sus acciones. Sencillamente, no saben, no pueden o no quieren defender sus ideas, sólo pretenden destruir las ideas de los demás. O en todo caso imponer las suyas. O sea, algo propio de fascistas. Que es lo que son, aunque no sea lo que dicen que don. Y es que entre sus incapacidades está la de no poder saber qué es lo que son. Pero por si les sirve de orientación, ya he dicho antes lo que son: trastornados mentales.