Indignación con carácter retroactivo. Ocho años después, un periódico saca del congelador el vídeo de tres soldados españoles moliendo a patadas a unos presos iraquíes encerrados en una mazmorra de Diwaniya, base de los tercios pacificadores de su majestad en aquellos andurriales del eje del mal. La conciencia perezosa de los mansos, que en realidad somos casi todos, se rebela. En algunos casos, porque les han jodido el café y el croasán dominical con las duras imágenes; te conectas para ver cómo ha quedado Alonso en Australia y te encuentras con eso. A otros les incomoda enterarse abruptamente de que los héroes humanitarios que nos sacaban en los publirreportajes patrióticos llevan el sadismo tatuado al lado del amor de madre y demás calcomanías legionarias. Y los hay también que simplemente se suben a la ola del rasgado tuitero de vestiduras aunque en su fuero interno se la traiga al pairo que inflen a hostias “a unos moros que seguramente se lo merecían”.
Tenemos un problema respecto a la tortura. Uno muy serio. Al primer bote y, especialmente si hay público, nos parece fatal. Villanía, vesanía, tropelía… Se nos agota el campo semántico en la denuncia. Pero luego, en la intimidad del hogar, no se nos atragantan los nachos viendo cómo el poli de nuestra serie favorita le calza unas yoyas al maloso en el interrogatorio. Al contrario, celebramos que se le vaya la mano y deseamos fervientemente que le caiga otra, y otra, y otra más.
De acuerdo, pero eso es ficción. En la vida real hilamos más fino. ¿Seguro? Me encantaría poder afirmarlo. Sin embargo, no dejo de ver, en el mejor de los casos, reproches asimétricos en función de quién da y quién recibe. La descalificación de los malos tratos no suele ser absoluta ni atiende a principios éticos básicos. Funciona como reacción de parte, revelando una descomunal hipocresía y, lo peor, provocando su perpetuación por los siglos de los siglos.
La tortura y el funcionariado salario-armado del Estado van de la mano. Siempre ha sido así. Nada nuevo bajo el manto de mierda que nos cubre, salvo el detallito que en este caso los asalariados son invasores y el morete torturado está en su propia casa.
Para BBB: Glups! Tu comentario ha ido a la carpeta de spam y cuando he intentado recuperalo de ahí… ha desaparecido. Barkatu!!! (Maldito holandés)
«En la vida real hilamos mas fino. ¿Seguro?».
Seguro, Vizcaino Jn, porque creo que sí somos hipócrtias con este asunto, en mayor o menor medida.
Pero como soy de las que creen que lo importante es lo que un@ haga, mas que lo que une cree que piensa, es fundamental que las leyes protejan al débil, aunque ese debíl en un momento desgraciado de su existencia sea víctima habiendo sido verdugo.
Las leyes y su cumplimiento tiene mas poder pedagógico que todas las brasas indecentes con las que nos castigaban de buena fe a las personas que hemos recibido cierta educación humanista.
Co la tortura sucede lo mismo que con el maltrato sistemático a las mujeres: ¿que no quieres aprender de una puta vez lo que no debes hacer jamás?.
Pues aprende con el Código Penal.
Por cierto, estoy a punto de declarar «Personaje No Deseado al Holandés de los Firulillos…
Mekagüennnnnnnnnnn, ahora sí que sueño con dar a alguien unos txalos…¿será que alguien me ha puesto un tricornio en la cabeza sin yo darme cuenta??????????? Menos mal que es ficción… o pon ,por si acaso, tus bigotes a remojar, juas,juas,juas. Ay mi «gran colaboración» en la bandeja de spam, hay que «hoderse».
No creo que este episodio, sea el «mal heredado de la dictadura franquista/militarista española» ni mucho menos. Lo grave de este tipo de conductas es que se están convirtiendo en «arquetipos» extrapolables a cualquier ejército mercenario de cualquier país del mundo, incluido el español, por mucha «españa patria que se exalte»..bajo acciones militaristas. La pasta si que crea «devotos patrios», en la clase política y los lobbies -incluidos militares-; eso si…los paganos de toda esta mierda, los que aparecen en las imágenes «ahostiando», a esa pobre gente indefensa…