Menuda sorpresa. El Consejo de Seguridad Nuclear ha evacuado —en sentido fisiológicamente literal, como quien dice— su decisión sobre la central de Santa María de Garoña. Pulgar hacia arriba. Procede alargar indefinidamente la vida de la chatarra burgalesa. Y si casca, que casque, les ha faltado añadir a los infalibles sabios de parte que, para que no se diga, se cubren las vergüenzas aclarando que la reapertura estaría condicionada a “la realización de las inversiones necesarias”. Ustedes y yo, que no hemos nacido ayer, sabemos que eso quiere decir que con una mano de chapa y pintura bastará para que los propietarios vuelvan a poner en peligro a decenas de miles de personas.
De acuerdo, no voy tan rápido. Todavía falta la última palabra, que ha de salir de labios del gobierno español. ¿Qué creen que decidirá, teniendo en cuenta que han sido los tres miembros del CSN elegidos por el PP los que han votado por el permiso para seguir? No pinta demasiado bien el asunto. Es poco probable que los integrantes de la camarilla de Rajoy, empezando por el titular de las cosas de la energía, quieran jugarse su futura entrada por la puerta giratoria. Qué casualidad, por cierto, las subidas sin freno del recibo de estos últimos días y sus correspondientes justificaciones de pata de banco. Que si la falta de lluvia y viento. Que si la electricidad que producen las nucleares es mucho más barata.
Miente, en todo caso, quien pretenda que lo de Garoña va de nucleares sí o no. Es una cuestión de seguridad primaria y de decencia básica. Simplemente, que vuelva a funcionar un cascajo así es una amenaza inasumible.