Andamos sobrados de candidez y muy flojos de memoria. Para los perdedores de la guerra de 1936 hubo algo casi tan doloroso como la propia derrota a manos del ejército de Franco y sus refuerzos alemanes e italianos: la traición y el olvido de quienes estaban llamados a echarles una mano. ¡Cuántos de aquellos hombres y mujeres se fueron a la tumba —incluso muchos años después del abandono— con la amargura de haber esperado en vano a ese Godot que eran las democracias que vencieron al fascismo en 1945. Aunque muy pronto se vio que ni Francia ni Gran Bretaña ni Estados Unidos tenían la menor intención de mover undedo para restaurar la República española, hasta bien entrados los 50, no eran pocos los que mantuvieron la ilusión de una intervención en pro de la libertad, que de alguna manera era también la deuda con un importante número de republicanos que participaron en la liberación de Europa.
Hoy la Historia (valdría también en minúscula) se repite entre los soberanistas de Catalunya, que se agarran al clavo ardiendo de la comunidad internacional como apoyo para su causa. Puede, efectivamente, que este o aquel periódico de por ahí fuera echen unos cagüentales ante las imágenes de violencia policial o los encarcelamientos de Cuixart y Sánchez. Cabe algún pronunciamiento favorable desde la tercera fila. O, incluso, unas palabras medianamente comprensivas de alguna personalidad o instancia de relieve. Pero hasta ahí llegan las buenas intenciones. Por desgracia, se imponen los hechos. Y ahí tienen como triste ejemplo entre otras mil y una villanías el trato a los refugiados de la guerra de Siria.
La no intervención de las democracias occidentales en España tras la derrota nazi para limpiar el último resto del fascismo en Europa hay que verla en el contexto de comienzo de la guerra fría.
Según cuentan Roosevelt sí tenía la intención de entrar en España y liquidar el franquismo pero su sucesor, Trumann, le vio las orejas al lobo soviético y se temió (quizás con razón) que una democracia burguesa y afín a occidente en España iba a durar muy poco y que se produciría una revolución (o una gran victoria electoral de las izquierdas) que desembocaría en un régimen pro-soviético en como una cuña de Stalin junto a Francia, con control del estrecho de Gibraltar, con salida al mediterráneo y atlántico…
Despreciaban a Franco pero lo preferían a un régimen comunista.
Ahora es distinto pero prima igualmente la «prudencia» de no menear el status quo y no dar aire a quienes cuestionan fronteras establecidas, relativizan la vigencia de la ley, etc. El protagonismo e influencia de la CUP (con sus ataques al sistema, a las instituciones financieras, sus alusiones al control de capitales…) tampoco creo que ilusione mucho en Europa.