Otro vídeo con gresca

Cuántas ganas de barrila y yo, qué viejo. ¿De verdad es para tanto lo del vídeo almibarado de los dos entrañables viejos con que el Gobierno de Sánchez nos quiere vender (como se viene haciendo desde Suárez hasta hoy, por otra parte) la eterna moto de la modélica Transición y, más específicamente, de la supercalifragilística y chachipiruli Constitución del 78? Después de verlo un par de veces, todo lo que he conseguido experimentar es la misma sensación de pudor, casi de bochorno, que me recorre el cuerpo ante el muy frecuente uso de personas mayores (también me pasa con niños) para manosear la fibra sensible del personal. Ni por un segundo me ha ofendido, como veo que ha ocurrido con farfulladores de cutis finísimo o postureros del recopón y pico, la mención a los “dos bandos” que desliza, como quien no quiere la cosa, la voz en off.

Y sí, venga, va, si nos ponemos supertacañones, es cierto que en la guerra (in)civil no hubo estrictamente dos bandos. Cualquiera que haya leído una migaja —ese es el puñetereo problema, que los que regüeldan no han leído una mierda— sabrá que no fue así. Como poco, en cada una de las banderías hubo otras dos facciones que se limpiaron el forro entre sí, y a veces, hasta más. Pero incluso pasando por alto ese dato, y por mucho que también sea verdad que hubo una legalidad y unos sublevados a esa legalidad, la tristísima y cabrona realidad es que una y otra causa, la legítima y ilegítima, tuvieron respaldo popular. No aceptarlo ochenta años después es una demostración de ingenuidad en el mejor de los casos y de papanatismo pseudopolítico mondo y lirondo en todos los demás.

La baza internacional

Andamos sobrados de candidez y muy flojos de memoria. Para los perdedores de la guerra de 1936 hubo algo casi tan doloroso como la propia derrota a manos del ejército de Franco y sus refuerzos alemanes e italianos: la traición y el olvido de quienes estaban llamados a echarles una mano. ¡Cuántos de aquellos hombres y mujeres se fueron a la tumba —incluso muchos años después del abandono— con la amargura de haber esperado en vano a ese Godot que eran las democracias que vencieron al fascismo en 1945. Aunque muy pronto se vio que ni Francia ni Gran Bretaña ni Estados Unidos tenían la menor intención de mover undedo para restaurar la República española, hasta bien entrados los 50, no eran pocos los que mantuvieron la ilusión de una intervención en pro de la libertad, que de alguna manera era también la deuda con un importante número de republicanos que participaron en la liberación de Europa.

Hoy la Historia (valdría también en minúscula) se repite entre los soberanistas de Catalunya, que se agarran al clavo ardiendo de la comunidad internacional como apoyo para su causa. Puede, efectivamente, que este o aquel periódico de por ahí fuera echen unos cagüentales ante las imágenes de violencia policial o los encarcelamientos de Cuixart y Sánchez. Cabe algún pronunciamiento favorable desde la tercera fila. O, incluso, unas palabras medianamente comprensivas de alguna personalidad o instancia de relieve. Pero hasta ahí llegan las buenas intenciones. Por desgracia, se imponen los hechos. Y ahí tienen como triste ejemplo entre otras mil y una villanías el trato a los refugiados de la guerra de Siria.

Fascistas de brocha gorda

Otsoportillo, la sima de la vergüenza, pudridero durante décadas de seres humanos arrojados por las manos impunes de los vencedores de la Santa Cruzada. Por segunda vez, los orgullosos herederos de los asesinos mancillan la escultura de José Ramón Anda que clama contra el olvido y la barbarie junto al infame agujero de la sierra de Urbasa. En la parte izquierda de la pieza de hierro oxidado, el yugo y las flechas. En la derecha, escrita con caligrafía y ortografía manifiestamente mejorables, la chulesca amenaza: “Aún hay sitio para más”. Llueve sobre mojado. No hace ni tres semanas que otro monumento que reivindica la memoria de quienes murieron luchando por la libertad sufrió un ataque prácticamente idéntico. Tan siniestro como extemporáneo, el símbolo de la Falange apareció pintarrajeado en La Huella, erigida por el artista Juan José Novella en el bilbaino monte Artxanda.

La parte positiva es que, en ambos casos, la denuncia ha sido, además de inmediata, prácticamente unánime y con una contundencia en la que no se ha dejado el menor lugar a la reserva. Como no podía ser de otra manera, una acción absolutamente intolerable se ha rechazado con la proporcionalidad discursiva que correspondía. Nadie ha puesto en duda la gravedad de los hechos ni ha caído en la tentación de justificarlos, contextualizarlos ni, desde luego, minimizarlos. Tampoco se ha tachado de exagerados y amarillos a los medios que han otorgado relieve informativo a las agresiones. Y creo que procede señalarlo porque una de las mil y pico similitudes que tienen los fascistas de cualquier camada es la querencia por la pintura.